Epílogo 3: Un cumpleaños feliz

Su bebé tenía tres meses, pero se sentía tan cansada en ese tiempo compartido. Sin duda ser madre era una tarea realmente agotadora, a pesar de tener experiencia previa en el tema, no dejaba de pasar noches difíciles, noches sin dormir. Sin embargo, cuando veía su pequeño rostro regordete y sus ojitos llenos de curiosidad se derretía cualquier atisbo de cansancio. Con solo mirarla recobraba las fuerzas necesarias para seguir adelante.

A sus pies, se encontraba su hijo Arnold, quien jugaba con sus bloques de construcción, creando torres imaginarias que se derrumbaban con un solo movimiento. Su risa era contagiosa y llenaba la casa de alegría, el cual era un sonido que atesoraba.

—¡Mami! ¡Mami! ¡Mira la torre que acabo de hacer!

—Oh, es enorme, hijo.

—¿Crees que cuando sea grande pueda hacer una torre así de grande?

—Sin duda, cariño. Podrás lograr todo lo que te propongas y aquí tendrás a mamá, dispuesta siempre a darte una mano, si el camino se torna difícil.

—Gracias, mami—le son
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