Marina estaba medio cuerpo afuera de la barandilla, en una posición muy peligrosa.
Un sedán plateado se detuvo tan cerca del lugar y luego retrocedió unos metros adelante.
Diego observó fijamente a Marina desde el auto.
Apagó el cigarro, abrió asombrado la puerta y se le acercó.
—¿Piensas saltar? —preguntó.
Marina se giró de repente sorprendida al oír su voz y vio a Diego.
Tras un breve silencio, respondió:
—Señor Diego.
Diego la miró con su habitual frialdad y dijo:
—Señorita Marina.
—A esta hora de la noche, colgada de una barandilla, es peligroso siquiera pensarlo —comentó Diego con un tono relajado.
Marina, sorprendida, sonrió divertida y respondió:
—¿De verdad pensaste que iba a saltar? Para nada.
Se apoyó en la barandilla y se rio de manera despreocupada.
Diego contestó.
—Entonces, fue un malentendido. Lo siento mucho.
La ventana del auto se bajó y Leticia llamó desde adentro:
—Diego, se está haciendo tarde.
Ella observó a Marina con curiosidad.
Marina se volteó hacia Leticia,