Cargando una pesada culpa al haberse enamorado del peligroso y violento mafioso Bernardo Marchetti durante su adolescencia, Nora Beretta dedica su vida a Dios, volviéndose monja y cumpliendo la promesa que le hizo a su padre antes de que este muriera a manos del hombre que ella creía amar. Sus planes se ven frustrados cuando su padrastro la apuesta en un juego de cartas y al perder, la compromete a casarse con Franco D’Angelo líder de uno de los clanes más importantes de La Cosa Nostra, volviéndose la clave para que este pueda heredar toda la fortuna de su padre y competir por tomar el lugar como el líder de la organización. Nora renunciará a ser monja por el bien de su familia y se irá con Franco, perdiendo su voto de castidad y volviéndose su esposa, dispuesta a darle un hijo antes de que cumplan el primer año de casados. Aprenderá que las mismas manos que matan, también pueden curar y enamorar. Se resistirá a la vida llena de lujos y excesos que Franco le ofrezca y cuando crea haber encontrado la fórmula para vivir feliz por siempre a su lado, los fantasmas de su pasado regresarán para atormentarla y con ellos, Bernardo Marchetti, dispuesto a reclamar lo que el considera suyo. Vendida al Mafioso describirá el trágico, violento y pasional triángulo amoroso de una monja y dos mafiosos. Una historia llena de amor, pasión y sangre. No todos pueden tener un final feliz.
Leer másCada paso que da hacia el altar se siente como si miles de clavos se encajaran en sus pies, el corazón le late en la garganta y pareciera que este se expande tanto que obstruye su tráquea evitando que pueda respirar con normalidad. Clava su mirada en el ramo de lirios frescos entre sus manos y recorre el camino de pétalos. Cada mirada se clava en ella, viéndola con admiración y gozo, sin apreciar el verdadero martirio que está viviendo. El velo cubre el horror de su rostro y por eso nadie se percata de que está muerta de miedo.
Solo cuando está cerca de llegar al altar se digna a levantar la mirada hacia su futuro esposo, un hombre que jamás había visto en su vida y no esperaba que llegara. Sus ojos son azules como un par de zafiros y su cabello castaño está peinado hacia atrás. Es la clase de hombre que ves posando en una revista o manejando un auto caro y lleno de mujeres, sus rasgos son varoniles y atractivos y tal vez en otro momento Nora caería perdidamente enamorada de él, pero ella no era la mujer correcta para un mafioso y él no era el hombre correcto para una monja. Simplemente las circunstancias no eran adecuadas y bien dicen que lo que empieza mal termina mal, pero ¿cómo inició todo este embrollo? ¿Qué orilló a Nora Beretta, una monja consagrada, a casarse con Franco D’Angelo, el jefe de su clan y parte de La Cosa Nostra? Bueno, eso se explica fácil.
Unos días atrás…
El señor Brunetti permanece en una habitación oscura, sentado en la única silla y debajo de la única luz. Temblando y empapado en sudor, su mirada pasea nerviosa. La oscuridad del cuarto no le permite ver que tan profundo es y si hay alguien a su alrededor, aunque lo más seguro es que esté completamente rodeado. ¿Cuál había sido su error? Pedir dinero prestado a la familia D’Angelo, uno de los clanes más fuertes de «La Cosa Nostra».
En una de las paredes de ese oscuro cuarto, detrás de un vidrio de una sola vista, Franco D’Angelo junto a su hermana Sandra ven con atención al pobre Brunetti, tembloroso y patético.
—No tenemos tiempo para esto. ¿Qué haremos con la invitación de Grimaldi? —dice Sandra dando golpecitos con la punta de su zapato en el piso.
—Haremos lo que tenemos que hacer —responde Franco con una sonrisa malévola, en su mente integrando a sus planes al pobre de Brunetti.
Lorenzo Grimaldi era el líder de La Cosa Nostra, ya era viejo y con un padecimiento mortal. Para su mala suerte nunca pudo tener hijos y ahora que estaba a unos pasos de la muerte, sufría la desesperación de no tener a quien heredar su cargo y mantener a los clanes unidos. Sabía que la lucha de poder sería sanguinaria, por eso había hablado con los clanes más fuertes en secreto para así escoger al líder más apto y que este tomara su lugar. Entre ellos estaba seleccionado Franco D’Angelo.
—Si piensas entrar en la contienda, tendrías que estar buscando esposa y no perdiendo tu tiempo con deudores tan patéticos —dice Sandra señalando con apatía a la pobre alma que los espera en la sala.
—Escuché que Brunetti tiene hijas… —Se lame los labios y su sonrisa se hace más grande—. Bien podría aportar una a la causa.
—¿Casarte con una desconocida? —pregunta Sandra levantando una ceja.
Grimaldi había dejado en claro que quien tomara su lugar debía tener esposa, para que no sufriera lo mismo que él y tuviera herederos. Además, era un viejo romántico que consideraba que una mujer te podría traer equilibrio a tu vida, calmar esos arranques de ira que suelen nublar el juicio y traer estabilidad a las decisiones importantes.
—No perdemos nada… Si no funciona, la desaparecemos —añade D’Angelo con una sonrisa amplia, listo para hablar con el viejo deudor.
La puerta de la habitación se abre dejando entrar una luz cegadora que obliga a desviar su rostro a Brunetti. Entra Franco y un hombre mal encarado sale de entre las sombras y coloca una silla para él.
—¡Franco! ¡Eres tú! —grita aliviado el señor Brunetti—. Creí que quien vendría sería tu padre.
Franco no puede más que sonreír de lado, emocionado y a la vez triste por la noticia que tiene que dar.
—Mi padre murió, Brunetti. Ahora yo tengo su lugar. Llámame: «Don» D’Angelo.
Brunetti abre los ojos y la boca, sintiendo que el poco aire que tenía salió de sus pulmones como si hubiera recibido el golpe indicado para sacárselo.
—Entenderás que esa deuda ahora la tendré que cobrar yo —dice D’Angelo con aires benevolentes.
—Don D’Angelo, deme un par de meses, le prometo que le pagaré hasta el último centavo —Su voz suena a que quiere llorar y tal vez se hincaría suplicante si no sintiera miedo de hacer un movimiento brusco y terminar acribillado.
—¿Has venido hasta acá solo para pedirme un par de meses? —pregunta D’Angelo con arrogancia.
—No… mi hija, la menor, está muy enferma y necesita medicamentos. Es asmática y presentó un cuadro de neumonía —responde Brunetti apelando a los buenos sentimientos que pueda tener Franco en el corazón, si es que tiene uno—. Si puede darme un poco de dinero, le juro que le regresaré todo, la deuda más lo que me pueda ofrecer hoy, dentro de dos meses. Lo prometo.
—Dime… ¿en qué perdiste todo el dinero que te dio mi padre? —pregunta D’Angelo viéndose los dedos con desinterés, como si el triste caso de Brunetti no causara ni el mínimo sentimiento de lástima en él.
Brunetti baja la cabeza, apenado y temeroso de que su respuesta le provoque la muerte.
—Jugando póker —responde arrepentido.
—Supongo que no eres muy bueno, por eso estás aquí frente a mí.
—¡Lo era!, pero la suerte… no estuvo de mi lado… —dice Brunetti alterado, queriendo convencer a D’Angelo de su habilidad—. Gané mucho dinero, pero… de igual forma lo perdí.
—¿Crees que en una mano de póker podrías ganarme? —pregunta D’Angelo prestando un maquiavélico interés en cada reacción del rostro de Brunetti.
Este vuelve a adoptar esa cara de miedo y se queda petrificado, con las manos sobre sus rodillas, limpiándose el sudor contra el pantalón.
—Dilo, con confianza… En mi caso, yo soy un pésimo jugador, no me molesta admitirlo —dice D’Angelo levantando los hombros—. Piénsalo, esa sería una solución. Ganarme y así saldar tu deuda. Además, te daría el dinero que necesitas para tu hija, pero… para que podamos jugar necesitas apostar algo.
—Pero… ¡Yo no tengo nada! —exclama Brunetti presa de la desesperación.
De pronto Sandra entra haciendo que el repiqueteo de sus tacones llegue a cada rincón de la habitación.
—¿Tiene hijas, señor Brunetti? —pregunta Sandra con un tono suave y estudiado. El que utilizaría fríamente cualquier cajera de banco.
—¿Hijas?
De pronto parece una pregunta muy complicada para él.
—¿Las tienes o no? —interviene D’Angelo perdiendo la paciencia.
—Sí… sí tengo… dos… bueno, tres —corrige recordando a la hija de su mujer.
Nora Beretta, con su hermoso cabello negro tan oscuro que azuleaba y sus ojos grandes y castaños. Era la clase de mujer que podría ser modelo y hasta actriz por la belleza tan desmedida que hasta los ángeles envidiaban.
—¿Tienes fotos? —pregunta D’Angelo sin mostrar mucho interés.
De inmediato Brunetti busca con torpeza en el bolsillo de su pantalón, sacando su celular. La luz de la pantalla ilumina el rostro angustiado del hombre y busca en su galería la última vez que Nora visitó la casa.
—Aquí están las tres… —dice Brunetti acercando su teléfono hacia D’Angelo.
Los hermanos pasan la mirada en las tres muchachas, las dos mayores cargan con alegría a la más pequeña en el centro y parecen estar disfrutando del momento, mostrando una amplia sonrisa y unos ojos llenos de brillo. D’Angelo frunce el ceño y sonríe divertido al notar los hábitos de Nora.
—¿Monja? —pregunta con mirada burlona.
—Sí, ella es Nora y… lleva un par de años en el convento —dice Brunetti tronándose los dedos.
—Es muy bonita —dice Sandra acercando más la imagen.
—¿Por qué…? —Brunetti no termina la pregunta cuando lo interrumpen.
—Por cuestiones que claramente no quiero explicarte, porque no necesitas saberlas —dice D’Angelo resoplando—. Tienes hijas muy bonitas. Las tres son hermosas, pero una de ellas es demasiado joven para lo que quiero. —Sonríe con picardía dejando en claro parte de sus intenciones—. ¿A quién me darías tú? ¿Qué hija sacrificarás? —pregunta deleitándose por hacer más grande el sufrimiento de Brunetti.
—A Nora —responde sin dudar y deja a ambos hermanos sorprendidos—. Me refiero a que… ella es muy linda y acomedida… y…
—Bien… —interrumpe D’Angelo a Brunetti—. Entonces será Nora lo que apostarás —añade con una sonrisa—. Me agrada, se ve linda y el hecho de que sea una monja lo vuelve interesante.
—¿Estás seguro? —pregunta Sandra con incertidumbre.
—Seguro. Pongan la mesa, jugaremos póker —dice D’Angelo saboreando la victoria desde antes de tener sus cartas en la mano.
—Mami… ¿dónde está papi? —pregunta el pequeño Carlo, viendo el carro que le había regalado Franco días antes de su muerte.Nora se hinca delante de su hijo y acaricia sus cabellos negros. ¿Cómo le explica a su pequeño que su padre está muerto y jamás volverá? ¿Cómo lo había hecho su madre cuando ella perdió a su padre?—Papá no regresará a casa, mi amor —dice Nora tomando del mentón al pequeño y viendo esos ojos azules. Era como volver a ver a Franco a los ojos y eso la vuelve a destruir.—¿Por qué? —pregunta con el rostro lleno de preocupación.—Porque papito está en el cielo, esperándome con una taza de café y un vaso de leche para él —dice Nora apretando los dientes y queriendo contener las lágrimas.
—Estarás bien… Todo estará bien —dice para sí misma, como si quisiera consolarse y tratar de asimilar la situación. —Nora… —Shhh… No hables, todo está bien, no hables —dice Nora acariciando el rostro de Franco. Sus manos llenas de sangre manchan las mejillas frías del mafioso. —Nora… Te amo tanto —dice Franco sin perder tiempo, sabe que no lo tiene, sabe que el camino para él se terminó—. Y tengo tantas cosas que agradecerte y también por las cuales pedirte perdón… —No me debes de pedir perdón por nada, por absolutamente nada —dice Nora pegando su frente a la de él—. El hombre al que amo, mi esposo, el padre de mi hijo nunca tiene que pedirme perdón por nada… —No tuve que obligarte a casarte conmigo, pero no me arrepiento… —Sonríe y de pronto un acceso de tos lo distrae. Cada expectoración sale con sangre y le causa dolor—. Me diste un hijo hermoso y los mejores años de mi vida —añade viendo con ternura a Nora, sabiendo que cada momento
Franco recibió su lugar como el líder de La Cosa Nostra, lo que tanto había anhelado ahora era realidad, y Nora regresó al confort de una casa grande y llena de sirvientes. Mientras su embarazo avanzaba, Bernardo se mantenía al lado de Franco, apoyándolo en cada decisión, nadie se atrevía a llevarles la contraria a esos dos. Grimaldi había acertado, juntos aseguraban la unidad y quién era su motivo para mantenerse así era Nora, quien recibía la protección y el cariño de ambos, con sus respectivas limitaciones hablando de Bernardo.Cuando el pequeño Carlo nació, las cosas cambiaron. Pese a la alegría que inundó la casa y a los padres, Bernardo se sentía cada vez más enfermo, no podía ver a la hermosa familia que habían creado su mejor amigo y la mujer que ama. Aunque el niño tenía su encanto y lograba hace
—Marino será procesado e investigado. Le espera una larga condena si no es que pena capital —dice Mirna y sube sus pies al escritorio—. Todo gracias a ti.—Lo sé… Gracias a mí se quitaron un parásito muy gordo de encima. Creo que me deben algo por mi labor —dice Nora con media sonrisa y sin quitarle la mirada de encima a Mirna.—Nora… Los cargos fueron hechos por Vera Caruso, ahora que está incriminada y asociada a La Cosa Nostra y a Marino, bueno… ya no importa mucho, es cuestión de tiempo para liberarte —dice Mirna sabiendo que no es todo.—¿De cuánto tiempo hablamos? —pregunta Nora con el ceño fruncido por la preocupación.—El tiempo que tome el trámite —dice Mirna bajando la mirada—. También espero que entiendas que la confesión de Marino incriminó a F
—¿Por qué dijiste eso? —pregunta Bernardo indignado—. Tuvimos que matarla aquí mismo. —No, no tiene porqué saber que nosotros ya sabemos lo que hizo. Marino tiene en sus manos a Nora, un movimiento en falso y la podemos perder —dice Franco clavando su mirada en Bernardo, haciéndolo entender—. Tendremos que asistir a ese velorio, pero… con reservas. No podemos confiarnos en las palabras de Vera. —Apuesto que nos estarán esperando todos con sus armas listas para descargarlas sobre nosotros —dice Bernardo peinando con fuerza su cabello hacia atrás. —No tienes porqué venir conmigo, a quien quieren es a mí. —Franco… Estamos juntos en esto. Si tengo las intenciones de quitarte a tu esposa, también tengo las intenciones de acompañarte hacia la muerte —dice Bernardo ofreciéndole una sonrisa divertida mientras Franco tuerce los ojos hasta ponerlos en blanco. —Me halagas, no sé qué decir —responde D’Angelo cruzándose de brazos. —Solo tenem
Nora puede escuchar el motor rugir y alejarse mientras regresa sobre sus pasos, percibiendo el movimiento de las linternas dentro de la casa. Cuando la luz regresa al salón principal, todos los policías brincan ante la sorpresa, como si hubieran descubierto un fantasma entre ellos, pero solo es Nora, con la mirada clavada en el piso y esperando. —¿Nora? —pregunta uno de los policías saliendo de entre la muchedumbre, arrancándose el pasamontañas que cubre su rostro y descubriéndose ante los ojos de Nora—. ¿Nora Beretta? —Hola, Mirna —saluda con media sonrisa y extiende sus manos hacia delante con las muñecas juntas esperando el arresto, acostumbrada al procedimiento de rutina—. Como en los viejos tiempos, ¿no? —¿Qué hiciste, Nora? —pregunta Mirna desilusionada. En cuanto uno de los policías se acerca para esposar a Nora, levanta su mano, deteniéndolo—. Yo lo haré. ♥ Dentro de la fría celda del departamento de policía, Nora se mantiene sentada en el cemento, con una idea clara en
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