Estaba dispuesta a terminarlo todo, a que nada quedara, ni siquiera los malos recuerdos, pero, al final, quedó lo mejor de los dos, y un nuevo inicio surgió.
Ler mais—Te vas a arrepentir —me dijo y me obligué a respirar profundo.
—Puede ser que lo haga —respondí—. Pero no va a ser la primera vez que me arrepienta de algo, así que creo que lo podré afrontar.
—No vas a poder sin mí —aseguró él y yo negué con la cabeza.
—Yo voy a estar bien —aseguré algo que él se negaba a creer.
—Te vas a arrepentir —repitió y sonreí desganada.
Su insistencia y sus palabras no me hacían daño, ya no me lo hacían, como tampoco me lastimaría nada de lo que él decidiera hacer justo en ese momento.
Yo estaba cansada de todo, sobre todo de sentirme mal por su causa, sobre todo de achicarme ante sus ojos solo porque él nunca me miró con benevolencia.
Y es que Alejandro Darrell no se daba cuenta de que yo era mucho más de lo que él se merecía, porque nunca lo había querido ver; pero debo confesar que, al principio, yo tampoco lo noté.
Pero ya no era así. Yo ya no era la tonta que le amaba incondicionalmente y por sobre todas las cosas, incluyéndome; yo no era más esa mujer idiota que le aguantaba lo que fuera con tal de estar a su lado.
Yo estaba tan cansada de ser el aire que él casi nunca notaba, pero que cuando lo hacía le molestaba, que solo quería desaparecer, justo como el aire cuando está libre, y no atrapado en un remolino que gira contra un poste de concreto que no siente, que no admira y que ni siquiera acompaña, que solo está ahí, firme, sin propósito ni beneficio.
Alejandro se había dedicado a portarse indiferente conmigo a pesar de haber sido él quien me había ofrecido casarse conmigo para sacarme de apuros, por eso no había forma de que yo no lo quisiera lejos de mí luego de años de lo mismo.
—Solo fírmalo —insistí empujando hacia él los papeles de divorcio en el escritorio, pues cuando se negó la primera vez lo había empujado hacia mí—. Ni siquiera somos felices juntos, y tú ya no me necesitas.
—¿Por qué haces esto, Emilia? —cuestionó Alejandro, levantándose repentinamente, dejando su asiento para dar unos cuantos pasos lejos de ese papel que parecía generarle algún tipo de aversión—. ¿Crees que lo lograrás sin mí? No tienes nada, Emilia, no eres nada sin mí y lo mío.
—Puedo parecer así ante tus ojos —dije y él me miró asombrado, como si se hubiese dado cuenta de algo que no había notado—, pero soy una mujer fuerte, valiente, con ganas de hacer más que estar todo el día en casa esperando a que llegues. Alejandro, soy una mujer harta de esperarte, harta de escucharte hablando mal de mí y harta de tolerar tus constantes humillaciones.
Alejandro continuó en silencio, viéndome casi asustado, incluso a ratos parecía dejar de respirar.
» Tienes razón en que no tengo nada, pero ha sido siempre así, incluso estos años a tu lado, porque yo nunca consideré nada de lo que me rodeaba como mío —declaré sintiendo un nudo ahogando mi garganta.
Todo lo que estaba por salir de mi boca tenía demasiado tiempo guardado en mi interior, y era mucho lo que se había acumulado, así que se empujaba con tanta fuerza que me costaba contenerlo y, como sería la última vez que hablaríamos, lo dejaría salir todo.
» Siempre lo supe —declaré—, que para ti yo era un mueble más en esa casa. Todos lo sabíamos, Alejandro, así que fue cruel que lo recalcaras cada que querías, no hacía falta que lo hicieras. Te aseguro que tus empleados tenían bien en claro que yo no era su señora, y que no tenían que servirme, yo también lo sabía, por eso jamás se los pedí.
—¿De qué rayos estás hablando? —preguntó él, como si de verdad no supiera nada del constante maltrato psicológico que recibía de parte de los empleados de su casa y empresa, provocándome sonreír con ironía por su desfachatez.
Negué con la cabeza, bufando una risa molesta, pero respiré profundo para no perder la calma, al fin y al cabo, yo no había ido ahí a pelear con él.
—Eso ya no importa —aseguré—, ya nada importa ahora. Solo firma los papeles del divorcio para que me pueda ir.
—Emilia, ¿qué vas a hacer sin mí? —preguntó, desesperado, y molestándome más.
Mi mundo no giraba alrededor de él, ya no lo hacía, y él no lo quería entender.
—Ser feliz al fin, Alejandro —respondí segura de que eso era lo único que me quedaba por ser, y que no lograría serlo a su lado—, porque a tu lado, todo este tiempo, solo he sido profundamente infeliz, tanto que ni siquiera puedo recordar la cantidad de veces que me pasó por la cabeza tirarme por el balcón.
Alejandro me miró horrorizado, sin saber qué decir, pero estaba bien que no dijera nada, porque yo no quería escucharle nada más.
» Firma los papeles, por favor —pedí sintiendo el terrible dolor de cabeza partiendo mi cráneo—. Yo no te sirvo para nada ahora, y no quiero seguir a tu lado... ¿Qué es lo que te hace negarte? Si al fin dejarás de verme como odias hacerlo, como un maldito mueble obsoleto en esa casa.
Las últimas palabras fueron un parafraseo de algo que él me había dicho alguna vez, y lo recordó, por eso caminó furioso hacia el escritorio y tomó el bolígrafo con el que firmaba nuestro final.
—Si es lo que quieres, lo tendrás, pero es lo único que tendrás de mí, y te juro que te vas a arrepentir —dijo firmando y empujando el puño de papeles que se deslizaron hacia mí de nuevo.
—No lo haré —aseguré recibiéndolos encantada, sonriendo por primera vez en muchos años.
Porque sí, yo estaba feliz al fin. Tal como había dicho Alejandro, yo no tenía nada, pero ahora era alguien libre y con tantas ganas de salir adelante que seguro encontraría la fuerza para obtenerlo todo.
«Casarse es para siempre». No dejaba Miranda de repetirlo para sí misma. Y es que, desde la tarde anterior, un miedo irracional le estaba embargando, y ahora que se veía vestida de blanco, todo se ponía mucho peor; y no lo entendía. Ella se había planteado esa situación muchas veces, y siempre creyó que estaba bien, que casarse no era malo, es decir, sus dos hermanas mayores estaban casadas y se veían de verdad felices. Pero ahora que la ansiedad la tenía a punto de vomitar, no estaba segura de querer unir su vida a alguien para siempre. La joven castaña, de ojos azules casi grises, se miró en el espejo de nuevo y el hueco en su estómago se agrandó. Los nervios la carcomían. A pesar de verse totalmente hermosa en ese vestido blanco de escote discreto, con ese maquillaje perfecto y ese peinado alucinante, no se sentía nada segura. Vio por la ventana de su habitación cómo iban llegando uno a uno sus invitados, todos elegantes y felices, incluyendo a sus hermanas y sus familias; y se
—¿Siempre no intentarás volver a trabajar? —preguntó Meredith que, veía a sus hijas menores a punto de entrar al jardín de niños, de tres años, también.—Yo creo que no —respondió Marisa, viendo al menor de sus hijos: Saíd, corriendo detrás de su hermano mayor, que siempre jugaba a esconderse de él—. Me gusta ser madre y ama de casa; además, ser madre y ama de casa ya es tremenda chinga, no quiero ser algo más que eso, no creo que pudiera soportarlo sin volverme loca.—Pues yo si voy a regresar al trabajo —informó Meredith, que ya estudiaba un posgrado para ponerse al corriente de la medicina pediátrica, pues la había dejado un poco de lado, también por haberse convertido en mamá y decidido que sus hijos crecerían bajo su cuidado y protección hasta que debieran despegarse un poco de ella, y eso estaba a punto de ocurrir ahora que entrarían al jardín de infantes.» Me dieron trabajo en el centro médico de tu zona residencial —explicó la segunda hermana Carson—, y como queda cerca del c
—¡Kyaaaa! —gritó Meredith, dando pequeños saltitos de emoción, sin prestar atención a esa sonrisa nerviosa que su hermana mayor contenía.Y es que era tanta la felicidad de la mayor de las Carson, que sentía que explotaría algo si es que se dejaba llevar por esas emociones que la comenzaban a desbordar.—¿Por qué no me dijiste que podías embarazarte si era de manera asistida? —preguntó la pediatra, que no soltaba las manos de su hermana mayor.—Porque no lo sabía —respondió Marisa y Meredith ahora sí que la soltó, mientras su rostro ponía una expresión de confusión y llevaba sus manos a su cintura—, como pensé que no podía serlo, y temía que cualquier cosa pudiera romper mi corazón, decidí no investigar nada, para no tener esperanzas. Me quedé solo con la idea de que no podría ser madre jamás.—Ay, mensa, tonta, idiota, pendeja —le dijo Meredith cada cosa al tiempo que golpeaba uno de los brazos de su hermana mayor—. Eres tan idiota que quiero pegarte.—Ya me pegaste —señaló Marisa, m
—Pues, según los estudios realizados, no debería haber ningún problema para la implantación de un óvulo fecundado —aseguró la médico que los estaba atendiendo y a los que, por puros nervios, Marisa estuvo a punto de negarse a conocer—, aparte de los riesgos normales, me refiero.Marisa casi se emocionó; pero, al conocer la aclaración, se dio cuenta de que, en realidad, no iría a la segura, así que de nuevo comenzó a tener miedo y ganas de salir de ese lugar, así, sin intentarlo siquiera.Porque, como bien decía el dicho, el que no intenta, no gana; y ella y Marisa tenían un complemento para ese dicho popular, que era: el que no arriesga, no gana, pero tampoco pierde; y ella no quería perder, sabía que no sobreviviría si lo hacía.Sabino, que conocía lo suficientemente bien a su esposa como para saber en lo que estaba pensando, tomó su mano, fría por los nervios que la estaban invadiendo, y la llevó a su boca para depositar en ella un dulce beso y poder hacer la promesa que quería hace
—Meredith está embarazada —informó Marisa a su esposo, que esperaba en la cama a que ella terminara de ponerse mil cosas en el rostro y cuello, para poder dormir a su lado—. Estaba muy emocionada, y yo también.Sabino la escuchó con atención, y pudo darse cuenta que de verdad Marisa estaba muy emocionada por el nuevo embarazo de su hermana menor, y también recordó aquella vez en que la joven le habló de su problema de infertilidad.—Ah —hizo el hombre demasiado bajo, y luego pensó que había sido justo en ese momento en el que se había comenzado a enamorar de ella.Porque, luego de eso, le puso mucha más atención, y se fue enamorando un poco más con cada cosa que la joven hacía, porque todo de ella le comenzó a encantar.Marisa le comenzó a encantar desde ese momento, y aun así hubo cosas que se perdió.Es decir, él sabía que ella era infértil, pero no habían ahondado en detalles al respecto, así que desconocía esa parte, parte que, en un inicio, cuando no se querían ni un poquito, a p
—¿Decidiste una guardería? —preguntó Meredith, viendo al pequeño Axel subirse a esa resbaladilla por la parte de la resbaladilla, justamente.Los chicos estaban por cumplir tres años, y realmente era un tormento preocuparse por todo lo peligroso que parecían ser ellos mismos para ellos mismos. De alguna manera era como si estuvieran intentando lograr una misión suicida, y todos los adultos a su alrededor debían ser sus salvadores, y eso era, en serio, muy agotador, por eso Meredith se había rendido.—¿No lo vas a bajar de ahí? —preguntó Marisa, preocupada por su desastroso sobrino, el cual no disfrutaba mucho cuidar, porque era tres veces más inquieto que Saúl.Pero eso no era lo peor, lo peor no era el exceso de actividad infantil a la que Marisa no estaba acostumbrada, lo peor era que algo en Axel incentivaba la energía de Saúl, quien terminaba siendo el doble de inquieto de lo que era habitualmente, así que, era raro que el pequeño de ojos verdes no terminara con un rasguño, un mor
Último capítulo