Mientras tanto, dentro del bar, Rafael se quedó con Betty. Ella reía coqueta, acariciando el tallo de su copa mientras lo miraba con interés. Para él, aquello era un premio inesperado. Cada palabra de Betty sonaba como música en sus oídos: dinero, poder, influencia… todo lo que había soñado parecía al alcance de su mano.Con una sonrisa ambiciosa, Rafael decidió dejarse arrastrar por aquel juego de seducción, aún si para lograrlo debía pisotear lo poco que quedaba de la confianza de Lía.Afuera, bajo la luz mortecina de los faroles, Lía secó sus lágrimas con rabia. En su interior, una voz comenzaba a despertar: no permitiría que la destruyeran. Ni Rafael, ni Betty, ni ningún Cancino.Lía y Verónica ya se marchaban del bar. El aire nocturno les golpeaba el rostro mientras avanzaban en silencio por la acera. Lía, con los ojos aún húmedos, secó sus lágrimas con un gesto brusco. Se acomodó la elegante falda y la chaqueta del uniforme de su recién perdido empleo, como si ese acto le devolv
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