Las palabras la atravesaron como cuchillos. ¿Lucía? ¿Su pequeña Lucía caminaba con dificultad? El pánico la empujó directo al hospital. Allí, tras revisarla, la doctora habló con calma, aunque sus palabras le supieron a un nuevo golpe:
—La niña tiene toe walking. No es grave, puede corregirse… pero necesita terapia, paciencia y, sobre todo, dinero.
Dinero. Esa palabra la persiguió de regreso a casa, clavándose como un recordatorio cruel. Ella apenas tenía lo justo para sobrevivir, y ahora debía sumar un tratamiento costoso a la lista interminable de carencias.
Lía sentía que el tiempo se le escapaba de las manos. Los gastos médicos de Lucía no daban tregua y, por más que intentara estirar el dinero, nunca alcanzaba. Tenía que conseguir un empleo, y debía hacerlo pronto, aunque eso significara aceptar lo primero que apareciera.
Pero en medio de tanta urgencia, un recuerdo se alzó como una sombra en su mente: la promesa hecha frente a la tumba de su padre. Allí, con el corazón desgarrad