—O aceptas, o tu hermana muere en seis meses.Las palabras del doctor Ramírez colgaron en el aire acondicionado de la consulta como sentencia de muerte. Valentina Solís apretó los dedos contra el reposabrazos de la silla de cuero, sintiendo cómo sus uñas se clavaban en la superficie hasta casi atravesarla.—¿Seis meses? —Su voz sonó hueca, ajena. Como si perteneciera a otra persona—. Hace tres semanas dijeron que era controlable con diálisis.El doctor, un hombre de sesenta años con lentes sin armazón y expresión perpetuamente cansada, entrelazó sus dedos sobre el escritorio. Detrás de él, el ventanal ofrecía una vista panorámica de Polanco: edificios de cristal reflejando el sol despiadado de la Ciudad de México, gente caminando hacia sus vidas perfectas, ajenos al infierno que se desenvolvía en ese consultorio del séptimo piso.—La insuficiencia renal de su hermana progresó más rápido de lo anticipado. —Empujó los análisis a través del escritorio. Números, gráficas, palabras técnica
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