Mi primera vez con mi enemigo.

El mundo giraba alrededor de Aitana. Las paredes eran de cristal oscuro, y su reflejo distorsionado parecía observarla con horror.

—Por favor… llévame a casa —susurró, apenas audible.

El hombre se acercó tambaleante. Aunque estaba ebrio, mantenía ese porte arrogante, de quien se cree dueño de todo lo que pisa.

—Lo siento, conejita… —murmuró él, con un tono que heló el aire.

La rodeó como una pantera elegante, pero sigilosa a la vez, alerta, hábil y con mirada profunda esa que indica que se avecina una tormenta.

Aitana retrocedió con torpeza, sus manos temblaban, su mente no reaccionaba con claridad. Todo era una confusión entre miedo, mareo y una sensación de peligro que la mantenía paralizada.

—Te lo suplico… déjame ir —pidió, buscando una salida que no existía.

El ambiente se volvió denso, opresivo. 

Ella lo manoteó por el pecho, pero estaba tan mareada que apenas tenía fuerza.

—Te lo suplico, déjame ir— volvió a pedir mirando a todos los lados y sintiendo que su cuerpo explotaría por la necesidad de sexo.

Él, en respuesta, acercó su nariz a su cabeza olfateando el rico aroma de su champú frutal, luego fue descendiendo dejando que la punta de su nariz hiciera estragos en su piel.

Ella luchó por alejarse, pero él la retuvo y bajó el cierre de su traje.

De nada le valía luchar, ya que con torpeza, él le quitó la ropa. 

Aitana ya no estaba en su sano juicio, sentía como él subía una mano por su abdomen hasta colocarla en su pecho.

Él, unió sus bocas, dejando suaves mordidas en los labios y exploraba con su lengua la cavidad bucal de ella quien después de resistirse a ese beso lo aceptó gustosa, callando él sus pequeños gemidos.

Sin despegarse de su manjar liberaba el cierre de sus pechos  y cuando al fin el sostén cayó al piso, se alejó observando esas dos montañas redondas que se veían suaves y delicadas con botones rosados y erguidos; tan bonitos como si nunca antes nadie lo había tocado.

Ella, perdida en el éxtasis y la confusión  causada por la droga,  se mordía el labio superior.

Él llevó una mano a uno delineando su forma, volviendo a besarla con pasión dejando con rapidez su boca para agacharse y chuparle la aureola estirando del pequeño capullo, saboreándolo con esmero, primero a uno y luego al otro, brindándole a los dos los mismos mimos y dedicación, sin poder parar de degustarlos; percibiendo su sabor como algo realmente delicioso.

Le pasó uno de los grandes brazos por su espalda aguantando la debilidad que empezó a tener Aitana por el gusto que estaba recibiendo, por parte de la boca sutil de aquel hombre que su mente confusa ya no veía como su peor enemigo. 

 Con la mano que tenía libre, él, procedió a quitarse las prendas que cubrían su cuerpo quedando delante de ella con un bóxer blanco que dejaba notar la perfecta hombría que se reflejaba a través de esa fina tela elástica.

Se miraban el uno al otro y ella se mordía el labio inferior.

Pero  las caricias dulces y gentiles pasaron a ser violentas, sin embargo, no dolorosas.

Él continuó arrastrándola contra el cristal frío y pegándole de  espalda a ese material que la hizo sentir abocada y su cuerpo empezó a vibrar cada vez que la boca de su enemigo iba descendiendo y deslizándose por su vientre hasta que llegó a su pelvis.

 Avergonzada se tapó la cara con ambas manos. 

En cuanto el tacto de la lengua tocó su feminidad el gemido que salió de sus labios pasó a ser un chillido de asombro, miedo, turbación y cachondez.

Él profundizó sus lamidas y  no paraba de succionar, de recorrerla toda con su lengua todo lo que se le permitía porque para tener más acceso la hizo colocar una pierna sobre su hombro.

 Ella se agitaba con sacudidas de poca amplitud, pero rápidas y frecuentes dejando que su boca se saciará de un néctar algo afrutado que lo conllevó a absorber con ímpetu ansiando más.

Luego volvió a levantarse teniendo que sostenerla porque estaba totalmente débil, sus rodillas amenazaban con doblarse.

La giró haciendo que la punta de sus pezones sintieran  el cambio de temperatura tras aplastarse con el cristal; ese contraste frío la hizo gemir, estaba ardiendo.

 Ella en su tontera intentó voltearse y abrazarlo, poder besarle cada parte de su cuerpo como él lo hizo con ella.

Pero su  enemigo, dejó escapar un sonido grave y rabioso desde el fondo de su garganta. Separó sus piernas con una mano y luego se desprendió de la última tela su "bóxer" clavó sus dedos ásperos en la diminuta cintura y la hizo echarla hacia atrás, repasó con su falo la hendidura lubricada, desde esa posición empujando cuando puso su glande en el lugar correcto entrando tan profundo en su interior, que ella sintió el choque de la pelvis contra su trasero.

Aitana soltó un grito desgarrador que le quemó la garganta, pero tras vaivén, el calor que ascendió por su espalda, le envolvió las caderas hasta alcanzar sus piernas y se sacudió contra él, todo su cuerpo volvió a estremecerse por el clímax que la embargó y la dejó sin aliento. 

Cuando perdió intensidad él salió de ella, le dio la vuelta para que lo mirara; la cargó entrando nuevamente y besó su cuello, pasando su lengua por la mandíbula y el labio inferior. Mientras Aitana echaba su cabeza hacia arriba dejando ver las escleróticas de sus ojos ligeramente abiertos.

Su enemigo se liberó soltando un gutural gruñido ronco, viniéndose  con chorros espesos y potentes,  pero no dejó de mover la cadera hasta que no sintió la última gota escurrirse en su interior.

Después todo quedó borroso para Aitana, como una pesadilla triturada.

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