AlejandroEl silencio en la terraza era un lujo que solo el búnker podía ofrecer. El sol de la mañana se reflejaba en el vidrio blindado, creando un halo brillante alrededor de Isabella. Estábamos sentados, envueltos en batas blancas, bebiendo café que sabía a victoria y a un secreto inmenso. La documentación para la Fundación Fénix ya había sido enviada, el pacto legal estaba en marcha, pero el pacto emocional, el más importante, aún necesitaba ser sellado.La miré. Sus ojos oscuros, antes llenos de la inocencia de la niña rica, ahora albergaban una profundidad voraz. Había en ella una chispa de mi propia locura. Y esa chispa me permitía, por primera vez, desarmarme.—¿Qué pasa, Alejandro? —preguntó ella, dejando su taza. Su voz era dulce, pero con esa firmeza recién adquirida que me fascinaba—. Estás muy lejos. Tus ojos están mirando a la ciudad, pero tu mente está en el pasado.—Estoy mirando el futuro —corregí, mi voz era baja, un susurro que no necesitaba ir más allá del cristal—
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