La puerta de la cabaña se cerró con un golpe suave, como si el mundo exterior se desvaneciera. Solo quedaba el crepitar bajo de la chimenea, el aroma a pino helado y cuero viejo, y el latido acelerado de dos corazones que por fin se reconocían.Teo no encendió más luces. La luna blanca se filtraba por la ventana alta, bañando la habitación en un resplandor plateado que hacía brillar la piel de Kariane como si estuviera hecha de brasas contenidas. Él se quedó quieto un instante, solo mirándola, como si temiera que al tocarla se rompiera el hechizo.Kariane dio el primer paso. Con manos temblorosas levantó el borde de su propio vestido, aquel tejido azul oscuro que Lyra le había prestado, y lo dejó caer al suelo. Quedó en ropa interior sencilla, de lino blanco, pero en ella parecía la cosa más hermosa que Teo hubiera visto jamás.Él tragó saliva. Sus ojos dorados se oscurecieron, volviéndose casi negros.—Kari… —susurró, voz ronca—. Si en algún momento quieres parar…Ella negó con la ca
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