El camino hacia la manada del norte se extendió como una línea infinita entre montañas azules y bosques que olían a hielo viejo. El sol ya estaba cayendo, bañando la tierra con un brillo ámbar que hacía que todo pareciera más grande, más antiguo… más vigilante.
Lyra viajaba en silencio. No por miedo, sino por la inquietud que le oprimía el pecho desde que habían salido del valle del norte. Las criaturas seguían avanzando a la distancia, moviéndose como sombras retorcidas entre los árboles, siempre al límite de la vista. Nunca atacaban, nunca huían. Solo acompañaban.
Zoe temblaba cada vez que una de ellas aparecía entre los troncos.
Kariane sentía un calor sofocante en las manos cada vez que el instinto de pelear la atravesaba.
Selene observaba todo con un semblante frío, el hielo en su interior reaccionando ante algo que todavía no comprendía.
Y Lyra… Lyra sentía que la luna la miraba con demasiada atención.
Alaric consultó el reloj.
—Si mantenemos la velocidad, llegaremos antes de que