Capítulo 41– Cicatrices que no se ven.
Esa noche, el valle había quedado en calma. Los híbridos seguían rondando más allá de las montañas, pero la barrera de árboles y roca ancestral los mantenía alejados. Las cuatro lobas dormían en los cuartos que Lara había preparado para ellas, exhaustas de entrenamiento. Héctor patrullaba la periferia con algunos guerreros. Los príncipes habían regresado a la casa de huéspedes, aunque ninguno de los dos lograba conciliar el sueño con facilidad.
En la residencia del alfa, la luna llena se filtraba por las ventanas altas, cruzando la sala principal con un rayo plateado. Damon estaba sentado en uno de los sillones de cuero oscuro, con los codos apoyados en las rodillas y la mirada perdida en el fuego de la chimenea. No lo había encendido por necesidad —el norte estaba acostumbrado al frío— sino por costumbre. Su padre solía decir que el fuego ayudaba a poner en orden las ideas.
Esa noche, el fuego solo se limitaba a mostrarle todo lo que ardía dentro de él sin consumirse.
Sintió la presen