El recibimiento del rey Aldren había sido imponente, pero cuando las puertas del territorio se cerraron detrás del convoy, el ambiente cambió. El rugido del viento fue reemplazado por murmullos, y las miradas de decenas de lobos se clavaron en las cuatro chicas. Algunas cargadas de asombro. Otras de temor. Otras de respeto.
Pero ninguna tan intensa como la de Aldren cuando sus ojos azules se posaron en Zoe.
La loba blanca, que aún abrazaba a Lyra con fuerza, retrocedió instintivamente un paso cuando el rey dio uno hacia ella.
No fue un gesto agresivo.
No un gruñido.
Ni siquiera un movimiento brusco.
Solo un acercamiento.
Pero la esencia del alfa era tan fuerte, tan dominante, que Zoe sintió cómo su cuerpo se tensaba y sus manos temblaban.
Lyra le acarició la cabeza.
—Está bien —susurró—. Él no va a lastimarte.
Aldren se detuvo frente a ella, bajando la mirada.
No había dureza en su rostro.
No había frío.
Solo… confusión.
Como si algo en lo profundo de su espíritu hubiera despertado sin