El viaje comenzó en silencio. Los motores de los vehículos retumbaron contra las montañas, y el sonido de las ruedas sobre la tierra helada se mezclaba con los rugidos lejanos del viento. El valle quedaba atrás, y con él, la sensación de seguridad que las cuatro lobas apenas habían empezado a conocer.
Lyra miró por la ventanilla, observando cómo el bosque se abría paso entre la neblina. Las ramas de los pinos se mecían suavemente, pero había algo en ese movimiento que no era natural. Era como si los árboles observaran. Como si la tierra misma los vigilara avanzar.
Selene, sentada a su lado, se estremeció.
—¿Sientes eso? —murmuró.
Lyra asintió lentamente.
—Sí… nos siguen.
El vehículo se sacudió levemente cuando pasaron por un camino rocoso. En el asiento delantero, Draven ajustó la velocidad, mirando por los espejos con la expresión tensa.
—Hace rato que los percibo —dijo sin apartar la vista del frente.
Alaric, en el otro vehículo, respondió por radio.
—No ataquen. No provoquen nada. E