Xiomara, la ama de llaves, al percibir el ambiente peligroso, que inevitablemente seguía allí pero no debía presenciar, se quedó perpleja. Decidió marcharse y dejarlos a solas. Salió de la sala tan rápido como pudo, cerrando la puerta corrediza tras de sí.Miranda se acercó peligrosamente al hombre. Molesta, enfurecida. Estaba temblando, no de miedo, sino de una rabia helada que buscaba quemar algo. Comenzó a golpear su pecho con los puños cerrados, golpes que, aunque no le hacían daño físico, destrozaban algo dentro de Alec. —¡Dime si lo que acabo de leer es cierto! —exigió, mientras seguía golpeándolo—. ¡Por eso estabas actuando extraño anoche! ¡Por eso me quitaste mi teléfono! ¡No querías que yo me enterara de la verdad, no es así! ¡Solamente estabas haciendo tiempo, buscando una coartada, para luego darme excusas y otra vez mentirme! Todo lo dijo con rabia, lágrimas de dolor puro brotando de sus ojos.Alec se quedó callado, sin poder defenderse. No quería hacerlo. Entendía que Mi
Leer más