La mansión Blake estaba extrañamente silenciosa cuando Valeria descendió por la escalera principal, vestida para la exposición. Nada demasiado llamativo, nada extravagante: un vestido negro sin mangas, elegante y limpio, que caía como agua y marcaba sutilmente su cintura. Su cabello, recogido en una trenza que dejaba escapar algunos mechones. No era una declaración de poder… pero sí de presencia. Martha la esperaba en la base de la escalera, con ese orgullo silencioso que solo mostraba en momentos contados. Leonard, en cambio, estaba junto a la puerta principal, abrochándose el puño de la camisa, tenso, preocupado… y con el rostro más cansado que ella hubiera visto en mucho tiempo. Al verla bajar, él se enderezó como si algo invisible lo jalara. —Valeria… —su voz era temblor suave—. ¿Estás segura de que quieres salir hoy? Ella caminó hacia él sin prisas. No temblaba. No dudaba. Y cuando llegó a su lado, en un gesto que sorprendió hasta a Martha, Valeria deslizó sus dedos por la ma
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