El silencio que se había apoderado del despacho de Helena no fue un silencio normal. Fue denso, casi físico. Helena se levantó y comenzó a caminar de un lado para otro tratando de calmarse, mientras Blanche seguía con la mirada clavada en la mesa como si las líneas de sus propios bocetos pudieran darle valor. Mady, en cambio, se movía como un resorte. —¿Cómo que “crees”? —repitió, incrédula—. Blanche, si sabes algo, tienes que decirlo. ¡Nos están copiando en la cara! Helena levantó una mano, y Mady se sentó sin protestar, aunque rezumaba rabia. Luego fijó su atención en Blanche. Su voz fue calma… demasiado calma. —Blanche. —Suavidad helada—. Necesito que me mires. Blanche tardó. Casi treinta segundos. Pero al fin levantó los ojos. Y Helena vio la grieta. No era rabia. No era miedo. Era dolor. Un dolor íntimo, profundo, como si algo que había valorado hubiera sido arrancado de raíz. —No quiero equivocarme —susurró Blanche—. No hasta estar segura. Mady se inclinó hacia adelante.
Leer más