El fuerte analgésico de la Doctora Leslie hizo efecto rápido. Ariadna durmió durante horas. Cuando despertó, la luz en la habitación ya era tenue, teñida de naranja y azul del anochecer. Se sentó despacio en la cama. El dolor era ahora una molestia sorda, soportable, pero la férula en su nariz se sentía extraña.Se puso de pie. El vestido negro de tirantes se sentía suave. Tenía el vientre vacío. Recordó la sopa y el pollo que Masha, la cocinera, había preparado.Salió al salón. La sala de estar estaba oscura, solo iluminada por las luces de la ciudad que entraban por la ventana panorámica. No había rastro de Dante Volkov.En la cocina, Masha estaba terminando de fregar unos platos. Llevaba un delantal sobre su ropa.—Masha —llamó Ariadna con voz baja.La mujer se giró de inmediato, con una sonrisa genuina.—Ah, te despertaste, niña. Pensé que dormirías hasta mañana. El señor Volkov me pidió que no te molestara. Vino pero volvió a irse. —No, ya estoy mejor. Gracias.Masha secó sus ma
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