Al llegar a la habitación que le asignado a Adrien, mi respiración se volvió torpe. La manilla se sintió fría entre mis dedos, y abrí la puerta con un leve suspiro, allí estaba él, dormido. Me acerqué despacio, temiendo asustarlo y despertarlo de golpe. Me senté junto a su cama, observando cada detalle de su rostro: la palidez y el frío que se adueñó de su piel, el parpadeo irregular de las máquinas y sus pitidos... En ese momento, el mundo dejó de girar. Solo importaba el temblor de su pecho y mi deseo de que despertara. Mi corazón casi se detuvo al verlo girar la cabeza hacia mí. Durante horas deseé ese gesto y fantaseé con él tantas veces, con ese mínimo indicio de consciencia. Y allí estaba, como un milagro silencioso. Sentí que la felicidad me estallaba dentro, como si una estrella hubiese nacido justo bajo mi esternón. Adrien me sonrió con debilidad, pero sus ojos brillaban con una intensidad q
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