Asentí, tosiendo con violencia. El ardor del jugo aún quemaba mi garganta… pero había otro fuego, más agudo, más visceral, que se encendía en mi pecho. No era solo incomodidad, era certeza. Este hombre se arrepentía y ahora buscaba la forma de matarme disfrazándolo de accidente.—Solo fue una torpeza —logré decir, bajando la mirada, como si al evitar sus ojos pudiera evitar mi destino fatal.No respondió. Su mano se deslizó, lenta, hasta el borde de mi hombro. No era un gesto casual. Me estaba probando, como si supiera que la línea entre el consuelo y la amenaza era delgada, y él debía pisarla con cuidado.—No quiero incomodarte —murmuró—. Solo… me gusta verte sonreír.Mi corazón tamborileó, no por ternura, sino por alarma. Algo dentro de mí —quizás el eco de ese miedo antiguo, o el instinto abriéndose paso a través del ADN de mis huesos, o mis ancestros intentando protegerme— gritaba que corriera. Que no confiara. Pero sus palabras eran tan simples, tan humanas, que bajé la guardia.
Leer más