EL COLORADO

—Una vez dispuesta la cifra, la acompañaré al banco a retirar la suma que corresponderá a la mitad del pago, dándole la segunda parte al finalizar mis vacaciones.

Me miró expectante mientras esperaba mi reacción. Mi primer instinto fue explotar en una negativa. Derramar sobre él cada palabra que se acumulaba en mi pecho, indignación e incredulidad. Pero mi mente me obligó a detenerme antes de actuar impulsiva.

—¿Está usted loco? —quise decir.

—¿Cree que puede comprarme como si fuera una excursión? —quise gritar. Pero no lo hice.

No fue una propuesta cualquiera. Fue un acto de confianza absoluta en el dinero como instrumento de poder. Saqué un bolígrafo y sobre el papel le escribí seis ceros. Un millón de dólares. La tinta se absorbió en el papel con rapidez, sellando la cifra.

Lo firmé y se lo entregué.

Esperaba que el absurdo de la petición lo hiciera desistir, que mi descaro lo hiciera retroceder. Pero en lugar de sorprenderse, sonrió con satisfacción.

—Interesante elección —dijo el colorado, sin sorpresa.

El policía se movió apenas, y ese gesto mínimo, el cambio en el peso de su cuerpo, con un parpadeo más largo de lo normal, me pareció una grieta en su fachada. Su uniforme, antes un símbolo de orden, ahora parecía un disfraz mal ajustado. La duda se le colaba por los ojos, como agua por una rendija. ¿Era un policía real o…?

Adrien, ¿era ese su verdadero nombre? Mantenía la sonrisa, aunque algo más hondo se le notaba en la cara. No era solo diversión, sino certeza. Como si supiera que el mundo se doblaría a su voluntad, como si yo ya hubiese dicho que sí, sin saberlo.

—¿Entonces nos dirigimos al banco de una vez o terminará su libro primero? —interrumpió el torrente de pensamientos que me nublaban la vista.

Un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

El policía, hasta entonces estoico, parpadeó con incredulidad. Su postura rígida se quebró apenas, transformándose en una sombra de incertidumbre. Por primera vez, parecía cuestionar lo que ocurría frente a él. Si no era cómplice del colorado, al menos comenzaba a ver las fisuras en la escena que presenciaba.

—No creo que el banco disponga de tanto efectivo, señor —intervino el policía, su tono ahora teñido de inquietud.

Un loco con mucho dinero, apoyado por un oficial. Si Adrien fuese un psicópata, ese policía podría terminar siendo su cómplice, podría ver como sus ojos palidecían con lo que sea que pasase por su mente.

—Tengo cuenta bancaria en tal caso —respondí, mi voz sonando más ajena de lo que esperaba.

Saqué el teléfono y tecleé 911 en marcación rápida. Mi dedo sobre el ícono, listo para presionar si era necesario. El colorado sonrió otra vez. El brillo divertido en sus ojos esmeralda se mantenía intacto, como si toda esta locura fuera simplemente un juego.

Le di mi número de cuenta bancaria y el ingresó mis datos en su teléfono. Y el tiempo se detuvo por un instante.

El timbre del dinero entrando a mi cuenta fue bajito, pero lo sentí como un trueno. Mis dedos temblaron, no por el frío, sino por el vértigo. Era como estar al borde de un abismo, con el viento empujándome hacia delante. ¿Qué se supone que haría ahora? ¿Me intercambié a mí por dinero?

Más de dos millones de soles llegaron a mi cuenta bancaria. Solo cuatrocientos eran míos. El resto habían sido transferidos en segundos. Mis manos temblaban mientras miraba el teléfono, al cambio, eran quinientos mil dólares, ¿en qué me estaba metiendo?

El hecho de que hubiese transferido el dinero tan rápido indicaba que lo hacía comúnmente y por ello no le restringieron la gran suma que me envió. Sabía que era usual que en lugares como estos, los jóvenes eran bien pagados por acompañar adinerados o adineradas. Pero nunca pensé ni esperé pasar por esta situación, ahora que la realidad me cayó como un balde de agua fría, no podía parar de temblar aterrorizada, ¿vendí mi dignidad? Bueno eso ya lo había perdido… mi cuerpo era otro tema. Quizás una disculpa y devolver el dinero lo resolvería.

¿Y si lo tomaba?

Con tal cantidad podría pagar mi carrera y mudarme sola al fin. No solo eso: montar un negocio propio. Asegurar mi futuro.

El hombre colorado habló con un acento extranjero, antes. ¿francés o portugués quizás? Un turista necio que malgastaba el dinero con una facilidad inquietante. Después de veintiocho días, desaparecería y nadie lo sabría. Sería como si nunca hubiese pasado, solo que con una gran suma en mi cuenta y un futuro resuelto.

Él se sentó frente a mí y me observó con fijeza, su mano se encontraba estirada con un envase de agua mineral sellado hacia mí, la tomé y comprobé que no la abrieran antes.

El agua mineral crujió al abrirse, y ese sonido me pareció más real que todo lo demás. El líquido bajó por mi garganta aclarándola, pero no disipó el torbellino que se gestaba en mi mente. Adrien me observaba con una calma que no era indiferencia, sino cálculo. Su mirada decía: Ya estás dentro.

El policía carraspeó su garganta y me señaló con la mirada, por lo visto el par de hombres esperaban mi respuesta.

—No voy a forzarte a nada —su voz seguía calma—. Como dije antes, pagué para que me acompañes durante mis vacaciones. Si algo más surge, será consensuado por ambos.

Lo miré en silencio. Mi mente era un torbellino. Podría tener todo lo que siempre soñé, al alcance de una elección. El hombre seguía sentado, esperando mi respuesta con paciencia. Sus ojos ya no solo eran verdes. Eran un reflejo de todas las posibilidades que acababan de abrirse frente a mí.

Suspiré y le sonreí.

—Gracias, señor Andrés.

—Adrien —corrigió suavemente, su sonrisa creciendo con satisfacción—. Llámame Adrien, por favor, mi hermosa Camelia.

Y lo hice. Porque a veces, decir un nombre es más que nombrar: es rendirse.

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