Mundo ficciónIniciar sesiónAsentí, tosiendo con violencia. El ardor del jugo aún quemaba mi garganta… pero había otro fuego, más agudo, más visceral, que se encendía en mi pecho. No era solo incomodidad, era certeza. Este hombre se arrepentía y ahora buscaba la forma de matarme disfrazándolo de accidente.
—Solo fue una torpeza —logré decir, bajando la mirada, como si al evitar sus ojos pudiera evitar mi destino fatal.
No respondió. Su mano se deslizó, lenta, hasta el borde de mi hombro. No era un gesto casual. Me estaba probando, como si supiera que la línea entre el consuelo y la amenaza era delgada, y él debía pisarla con cuidado.
—No quiero incomodarte —murmuró—. Solo… me gusta verte sonreír.
Mi corazón tamborileó, no por ternura, sino por alarma. Algo dentro de mí —quizás el eco de ese miedo antiguo, o el instinto abriéndose paso a través del ADN de mis huesos, o mis ancestros intentando protegerme— gritaba que corriera. Que no confiara. Pero sus palabras eran tan simples, tan humanas, que bajé la guardia. Y eso, lo supe, podía costarme caro.
Lo miré. Esta vez sin escudos.
—No me incomodas —confesé—. Es que no sé qué hacer con todo esto que siento cuando estás cerca.
El brillo volvió a sus ojos como si el atardecer hubiese estallado allí dentro. Y aunque no respondió de inmediato, su silencio fue la caricia más dulce que recibí en toda la noche. El mero pensamiento me llevó a estremecerme y desear que la tierra se abriese para escupirme en mi cama y darme cuenta de que todo fue un sueño. Porque si era real… entonces estaba en peligro.
El torrente de emociones que atravesaba mi mente se detuvo ante la suave disculpa que me ofreció, confusa me giré hasta tenerlo frente a mí con su cálida respiración rozando mi cara. El shock me dejó paralizada, al apreciar las suaves pecas que cruzaban su piel como constelaciones y deseé por primera vez en mucho tiempo, hacer contacto con esos labios que se hallaban a escasos centímetros de mi cara.
Podía sentir como los segundos pasaban lentos y un deseo en mí aumentaba, mentalmente conté cada respiración que emanábamos, o por lo menos hasta que la magia del momento fue interrumpida por la mesera que regresó a nuestra mesa, para preguntarme si me encontraba bien, preocupada de mi atragantamiento. Sonrojada se disculpó al vernos y casi corrió para alejarse de nosotros.
¿Nosotros?
Una hermosa palabra en la que no me atrevía a pensar, era una acompañante que sería despedida después del tiempo establecido. Debía concentrarme en eso, para asegurarme de disfrutar y no permitir que mis fantasías arruinasen el trabajo que me empeñaba en realizar, porque sí, al fin y al cabo, este era un trabajo donde debía dar lo mejor de mí. Y él… él era el cliente.
El resto de la cena continuó de manera tranquila, Adrien realizaba preguntas sobre mí y mis gustos. Cada vez más profundas e íntimas.
—Entonces… ¿qué te llevó a elegir medicina? No parece una decisión tomada a la ligera. —preguntó él.
—No lo fue. Siempre me atrajo la idea de entender el cuerpo… de poder ayudar —le sonreí con timidez—. Pero también fue una forma de demostrar que podía cumplir mis metas, por más difíciles que fueran.
—¿Demostrarlo a quién? —su voz fue casi un susurro y noté que cada vez estaba más inclinado hacia mí, más cerca… de mí.
—A todos, a mi familia, a mis profesores, a mi ex… a mí misma, supongo. —murmuré, perdida entre los matices del vino que bebía.
—¿Y lo lograste?
—Estoy en ello —mi voz tembló, y me tocó respirar varias veces para calmarme—. Perdón, no quiero agobiarte.
—No te calles por eso, no aquí. No conmigo. —habló él, frunciendo el ceño.
Debió percatarse de lo agraviada que me sentía, siempre callada cuando contaba mis intereses. Tanto por mi familia, conocidos y mi ex. La única excepción eran mis amigos, ellos no se cansaban o irritaban cuando me escuchaban hablar. No les parecía una locura, que una pueblerina como yo estudiara una carrera tan complicada y costosa. Todo lo contrario, ellos me comprendían y al igual que yo, se emocionaban al contar sus sueños.
De repente un comentario caló profundo en mi corazón, cuando me dijo:
—Esta noche tú serás la protagonista —susurró coqueto. Sus palabras quedaron suspendidas en el aire y necesité tiempo para absorberlas.
Me quedé callada. No por la vergüenza, ni siquiera por el miedo… sino porque esa frase perforó una zona que intentaba mantener bien sellada. Adrien me miraba con atención, sin urgencia. Como si supiera que esa confesión no necesitaba respuesta, sino espacio.
—Gracias —murmuré por fin, más para mí que para él.
Su mirada no se apartó de la mía. Sentí que quería decir algo más, pero se contuvo. En su lugar, deslizó su mano por la mesa hasta rozar ligeramente mis dedos. No los retiré, aunque tampoco lo tomé de la mano. Simplemente dejé que la yema de sus dedos descansara sobre los míos, como si ambos temiéramos arruinar el instante con un gesto demasiado definitivo.
Afuera, el cielo ya se encendía en tonos ámbar y coral. El murmullo del mar parecía más íntimo, como si nos susurrara que la noche recién comenzaba.
—¿Quieres que demos un paseo por la orilla? —preguntó Adrien en voz baja, su tono tan suave como la brisa.
Y sin pensarlo mucho, asentí.
Nos levantamos sin prisa. Yo aún podía saborear la última nota del ceviche y el eco de sus palabras. Caminamos hacia la salida, su mano rozó la mía de nuevo, esta vez con más intención. Y no me opuse.
Quizás era imprudente. O tal vez él era el insensato. Pero por primera vez en mucho tiempo, sentí que no estaba huyendo.







