—Mía, surgió una emergencia. No me gustaría dejarte aquí ni que volvieras sola a casa. ¿Ya terminaste tus pendientes? —dijo Tomás, y usó todo su autocontrol para no reírse del idiota encamado.Adriel ardió en ira. Mía acababa de decirle que estaban divorciados, y ahora entraba ese pobretón, expretendiente fracasado de mierd*, a insinuar que vivían juntos. Todo su cuerpo se calentó. Quiso levantarse y exigir el respeto que merecía. Era imposible que Mía lo hubiera cambiado por ese imbécil, eso debía ser una malentendido.Un dolor punzante, más agudo que cualquier molestia física, le atravesó el pecho. —¿Él? —logró decir Adriel, con la voz cargada de un desprecio . Sus ojos, ahora lúcidos y afilados, se clavaron en Mía. Ignoró por completo a Tomás, como si fuera una bolsa de basura en esa habitación—. ¿T-terminas conmigo para volver con esto? ¿E-es una broma?Tomás dio un paso al frente, con una sonrisa condescendiente en los labios. —Oye, no es personal. Son cosas que pasan, amigo
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