JORDÁNCuando abrí los ojos, todo estaba en silencio —demasiado silencio. El humo flotaba en el aire como una cortina, espeso y sofocante. Mi cabeza latía con fuerza, y aún podía saborear la sangre en mi lengua. El mundo a mi alrededor giraba, los pedazos rotos de la habitación esparcidos como fragmentos de memoria.—Dafne… —su nombre se deslizó de mis labios antes de que siquiera me diera cuenta. Intenté moverme, pero mis músculos gritaban de dolor. Mi visión se nubló por un momento, y entre la bruma la vi. Estaba tendida a unos pocos metros, su cuerpo inmóvil, su cabello enredado alrededor de su rostro.—No… —me arrastré hacia ella, ignorando el dolor en mis huesos y el temblor en mis manos. Mi corazón se sentía como si se rompiera con cada respiración—. Dafne, por favor. Abre los ojos.Su piel estaba fría cuando toqué su mejilla. Sentí a mi lobo, Draco, agitarse dentro de mí — inquieto, furioso.Prometiste protegerla, gruñó dentro de mi cabeza. Fallaste otra vez, Jordán.—Cállate —
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