JORDÁN
No puedo dormir.
Ya no.
Cada vez que cierro los ojos, veo su rostro —el de mi madre—, con la sangre escurriendo de su pecho, susurrando mi nombre como una maldición. Luego es Eleanor. Luego Dafne. Los rostros cambian, se mezclan, se desangran unos en otros, atormentándome.
Las pesadillas solían venir una vez por semana.
Ahora vienen cada vez que parpadeo.
No sé qué me pasa. Pensé que era estrés, culpa… tal vez el peso de liderar la manada de la Luna Roja. Pero esto… esto se siente diferente. Como si alguien estuviera dentro de mi cabeza, susurrando cosas que no deberían estar allí.
“Jordán…”
La voz es suave. Familiar. Demasiado familiar.
Me giro bruscamente, pero no hay nadie en mi oficina. Solo sombras reptando por las paredes.
Es la voz de Eleanor.
No la he escuchado desde la noche en que cancelé el compromiso.
Pero es ella. Lo sé.
“Dijiste para siempre…”
Mi corazón tropieza en mi pecho. “No”, susurro. “No eres real.”
La temperatura baja. Mi aliento empaña el aire. Siento la