JORDÁNEl momento en que el aroma de Dafne desapareció, mi pecho se apretó como un torno. Un segundo, ella estaba allí —su suave aroma a miel aún flotando en la habitación— y al siguiente, se había ido. Simplemente... desapareció. Mi corazón se desplomó, y supe que algo andaba terriblemente mal.—¿Dafne? —llamé, con la voz quebrada, mientras corría hacia su habitación. Las sábanas aún estaban tibias, su cepillo de cabello sobre el tocador, sus pantuflas junto a la cama. Todo gritaba que acababa de estar allí. Pero no estaba. El silencio era más fuerte que cualquier grito que hubiera escuchado.Dentro de mi cabeza, Draco, mi lobo, gruñó con pánico.¡Se ha ido, Jordán! ¡No puedo sentirla, no puedo percibirla!Apreté los dientes, las manos temblando. —No, no, esto no está pasando.Mis garras comenzaron a surgir, hundiéndose en mis palmas hasta que la sangre empezó a gotear.Salí de la habitación a toda prisa, ignorando a los guardias que se inclinaban confundidos.—¡Encuéntrenla! —rugí,
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