DAFNE
Me dolía la cabeza.
El dolor palpitaba detrás de mis ojos mientras los abría lentamente. El olor a humo, polvo y hierro llenaba el aire. Intenté moverme, pero mi cuerpo se sentía como si una montaña me hubiera golpeado.
Todo a mi alrededor estaba en silencio—demasiado silencio.
El suelo bajo mí estaba agrietado, las paredes medio quemadas. La vela que Jordán había encendido antes se había derretido hasta quedar en pura cera.
Miré alrededor frenéticamente. —¿Jordán?—
No hubo respuesta.
El pánico se hinchó en mi pecho. Me obligué a ponerme de pie, ignorando el dolor punzante en mis costillas. Todo el salón parecía como si una tormenta hubiera pasado por allí. Las puertas principales estaban arrancadas de sus bisagras y pedazos de muebles yacían destrozados en el suelo.
—¡Jordán!— grité de nuevo, con la voz temblorosa.
Un gemido bajo vino de unos metros más allá. Mi corazón dio un salto. Corrí hacia el sonido y lo encontré—en el suelo, con la camisa desgarrada y sangre resbalando p