CHRISSigo caminando hacia el portón de entrada del zoológico con la sensación de que estoy llegando a algún sitio que no debería sentir tan familiar, aunque no lo sea. No por el lugar en sí, evidentemente, sino por lo que significa haber recibido esa llamada: la voz de Sophie temblando apenas, tratando de sonar tranquila, como si esa invitación hubiera surgido de manera simple, natural, espontánea; cuando yo sé —porque la conozco desde hace demasiados años— que nada en ella es tan ligero como intenta mostrar. Nada que involucre a los tres lo es. Y, sin embargo, aquí estoy, con una camiseta negra que elegí sin pensar demasiado, aunque luego, mientras manejaba hasta acá, me descubrí preguntándome si me quedaba bien, si debía haber optado por otra cosa. Ridículo. Pero inevitable.Camino más despacio cuando la veo a lo lejos, sosteniendo la mano de Max con una naturalidad que me atraviesa como un dardo lento y silencioso. Mi hijo salta y señala algo por encima del hombro, aún sin haber e
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