CAPÍTULO 14

Su cuerpo aún se sentía fresco tras dejar que el agua de la ducha cayera sobre su piel. Con el kimono de baño aún puesto y el cabello medio húmedo, Alejandro caminó con prisa hacia la sala: su teléfono no dejaba de sonar. 

Era la hora de salida del trabajo. Diana jamás lo llamaría a menos que fuera algo verdaderamente urgente, y aun así, siempre prefería enviarle un mensaje o un correo. La impaciencia comenzó a hervirle en las venas. Quería maldecir a quienquiera que estuviera arruinando el poco descanso que le quedaba del día. 

Pero cuando vio el nombre en la pantalla —Camila—, se quedó inmóvil. 

¿Cómo pudo olvidarse de ella? Solo habían pasado unas horas y… ¡por Dios! ¿En qué demonios estaba pensando? 

Soltó un largo suspiro y se dejó caer en el sof&a

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