El auto de Miguel se detuvo frente a la casa de Samantha. Bajó, se acomodó la camisa, que ya estaba perfectamente planchada, y respiró hondo. Antes de ir a la oficina esa mañana, había decidido pasar por aquí: necesitaba encontrar a Isabella.Golpeó la puerta varias veces mientras miraba por la ventana. Momentos después, una voz lo llamó desde dentro, y pronto la puerta se abrió. Allí estaba Samantha, la dueña de la casa.—¿Sí, señor? ¿En qué puedo ayudarlo? —preguntó Samantha con cortesía, aunque entrecerró los ojos al ver al hombre desconocido en su puerta.—Eh… estoy buscando a una mujer —respondió Miguel, mirando más allá de ella, dentro de la casa.—¿Qué mujer? —preguntó Samantha, frunciendo el ceño.—Ayer por la tarde dejé a alguien aquí. Dijo que era casa de una amiga, pero olvidé preguntarle su nombre —explicó Miguel.La mirada de Samantha se volvió más aguda. —Ah, ya entiendo. Sí, es mi amiga. Pero lo siento, señor, ella ya se fue a su casa.—¿Podría al menos saber su nombre?
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