15

El hombre que salió del coche era el mismo con el que Isabella se había encontrado esa tarde: Miguel.

—¡Señorita, es usted! —exclamó Miguel, visiblemente encantado de verla otra vez.

—¿Tú? —La voz de Isabella sonó débil; su rostro estaba pálido y sus ojos aún hinchados por haber llorado.

—¿Has estado llorando? —preguntó Miguel, entrecerrando los ojos mientras estudiaba su expresión.

—No —Isabella negó rápidamente con la cabeza.

—No mientas —dijo él con suavidad—. Es evidente que sí. Si quieres hablar, puedes hacerlo conmigo. Y… ¿qué haces caminando sola por una carretera como esta?

Este hombre es tan molesto. ¿Por qué actúa como si fuéramos cercanos? pensó Isabella con fastidio.

—Estoy bien, señor. Esto no tiene nada que ver con usted —respondió cortante. Detestaba que los extraños se metieran en sus asuntos, sobre todo alguien a quien apenas conocía. Se giró para marcharse, pero Miguel la detuvo.

—¡Espere, señorita! ¿A dónde va? Déjeme llevarla —ofreció, extendiendo la mano para suje
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