20

A la mañana siguiente

La luz del sol se filtraba suavemente por la ventana del dormitorio. Maximilian se removió en la cama, entrecerrando los ojos ante el brillo. Cuando extendió la mano, el otro lado de la cama ya estaba vacío. Ni siquiera necesitaba adivinar: sabía perfectamente dónde estaría su esposa.

Con un suspiro silencioso, Maximilian se levantó y se dirigió al baño.

Abajo, Isabella estaba ocupada en la cocina preparando el desayuno para él. El aroma de los huevos recién hechos y el pan tostado llenaba el aire. Pero justo cuando estaba poniendo la mesa, un repentino golpe resonó desde la puerta principal.

Como la tía Anita aún no había llegado, Isabella se se

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