Maximiliano caminaba de un lado a otro, mirando el reloj de pared una y otra vez. Ya eran las siete de la noche, pero Isabella todavía no había llegado a casa. Intentó llamarla, solo para darse cuenta de que su teléfono estaba sobre la cama, en su habitación.
—Maldita sea. No se llevó el teléfono. ¿Dónde se supone que la busque ahora? —murmuró entre dientes—. Ya es tan tarde… ¿Tal vez fue a la casa de mamá?
Rápidamente tomó su teléfono y llamó a su madre. La línea sonó unos segundos antes de que alguien contestara.
—¿Hola? —la suave voz de Anna llegó al otro lado.
—Hola, mamá.
—¡Oh, Max! ¿Qué pasa? Rara vez llamas a esta hora —preguntó, curiosa.
Maximiliano dudó, con la mente corriendo a mil por hora. Tampoco está en casa de mamá…
—No pasa nada, mamá —mintió con voz tranquila—. Solo quería saber cómo están tú y la señora Hernando.
—Estamos bien, querido. ¿Y tú y Isabella? ¿Todo en orden allá?
—Sí, todo está bien —respondió suavemente.
—Me alegra escucharlo. Entonces, ¿dónde está tu es