Las maletas abiertas en la cama parecían más un símbolo de derrota que un paso hacia la esperanza. Amanda las miraba con el ceño fruncido, una camiseta arrugada en la mano y el corazón encogido.No sabía por dónde empezar, ni siquiera estaba segura de querer hacerlo.—Ese vestido no lo metas —dijo Clara desde la puerta, apuntando con una copa de vino blanco en la mano—. Si llegan a verte en Miami con eso, te devuelven en lancha.Amanda soltó una risa floja, sin mucha convicción.—No sé ni qué estoy haciendo, Clara. ¿Cómo es que llegué a este punto?Había pasado una semana desde que la funaron en redes sociales, y los días se habían vuelto un bucle de angustia y vergüenza.Su rostro, convertido en meme, aparecía en comentarios, en historias, en chistes crueles. Cada vez que intentaba buscar trabajo, la reconocían. Le sonreían con cortesía, le prometían que la llamarían, pero esa llamada nunca llegaba. Se estaba volviendo una pesadilla, una condena sin final.A tal punto de aceptar la p
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