Amanda caminó delante de Eric hacia el consultorio, sin mirar atrás ni una vez. El pasillo estaba casi vacío, apenas algunas personas esperando en silencio.Tommy se quedó afuera, apoyado contra la pared como si fuera parte del mobiliario.Eric entró detrás de ella y tomó asiento a su lado, aunque ella dejó una distancia evidente entre ambos.Le dejaba claro que no quería estar a su lado.El doctor llegó pocos minutos después. Saludó a ambos, revisó la historia clínica en la computadora y le pidió a Amanda que se recostara para la revisión. Ella lo hizo sin comentarios. Eric observaba cada movimiento con atención, pero sin atreverse a decir nada.El ultrasonido fue lo primero.Dos pequeños cuerpos moviéndose con naturalidad en la pantalla. El sonido de los latidos ocupó la habitación. Amanda sintió un alivio cálido en el pecho, un respiro necesario. Cerró los ojos un instante, imaginando a esos dos bebés creciendo dentro de ella.Cuando volvió a abrirlos, Eric la observaba, serio, casi

El despertador sonó antes de que el sol saliera y Amanda lo apagó con un gesto torpe, casi molesta por tener que empezar otro día igual al anterior.Se incorporó despacio porque la cabeza le latía fuerte, como siempre que dormía mal. No tenía opción: debía levantarse. Había cuentas que pagar, comida que comprar y una madre que dependía de ella para absolutamente todo.Entró a la cocina y abrió la nevera. Lo que vio la dejó con ese vacío desagradable que ya se había vuelto costumbre: dos manzanas, medio paquete de pan, un cartón de leche que apenas quedaba por la mitad y un frasco de mermelada barata. Ese era su desayuno.Y muchas veces también su cena. Se preparó una tostada simple, sin mantequilla —porque estaba demasiado cara— y bebió un poco de leche antes de que se terminara por completo. Guardó todo con cuidado, como si eso fuera a hacer que durara más.Su vida antes había sido otra cosa.Jamás pensó que necesitaría revisar los precios en el supermercado, mucho menos hacer cuenta

Eric llegó veinte minutos antes de la hora acordada.No había podido quedarse quieto en el hotel ni fingir que ese almuerzo le daba igual.El restaurante era discreto, reservado, con mesas separadas que daban cierta intimidad. Se sentó en la mesa del fondo, pidió agua sin pensarlo demasiado y miró el reloj por tercera vez en apenas dos minutos.Aún era temprano y Tommy ya había ido a buscarla, solo era esperar. Aunque este martes tardó una eternidad.¿Quién diría que bastaría que Amanda lo quisiera lejos para que él buscara todas las formas de estar cerca?Diez minutos pasaron volando y al mismo tiempo infernalmente lentos.Ella debería haber llegado hacía ya siete.Respiró hondo, intentando calmar ese nerviosismo que le tensaba los hombros. No se reconocía así. No era el tipo de hombre que esperaba a nadie, mucho menos con esa ansiedad que le quemaba por dentro. Volvió a mirar la puerta, como si Amanda fuera a aparecer de un segundo a otro. No lo hacía.Miró el reloj nuevamente, esta

Eric cerró la puerta del baño del restaurante y apoyó las manos en el borde del lavabo, inclinándose hacia adelante como si necesitara que ese mármol frío lo sostuviera. No se miró al espejo enseguida; no podía hacerlo. Aún sentía la voz de Amanda resonando en la cabeza, esa voz que pronunció el nombre que él había enterrado con una fuerza casi quirúrgica durante años.Le ardía el pecho de una manera incómoda, como si hubiese recibido un golpe que no vio venir.Respiró lento, intentando ordenar ese revoltijo de recuerdos que nunca quiso despertar.Amanda había hablado de Evan con cariño, con nostalgia, con una ternura tan limpia que lo desacopló. Lo había descrito como si todavía lo viera, como si aún lo sintiera parte de su vida, como si ese niño no se hubiera quedado congelado en el pasado.Y para Eric, que hace tanto dejó de ser Evan, escucharla decir todo eso fue como recibir un puñetazo directo en el estómago. Pensó durante años que había sido fácil para ella olvidarlo, que la di

Amanda miraba la pantalla del ordenador, pero no estaba leyendo. Llevaba varios minutos con el cursor parpadeando sobre el mismo correo sin poder concentrarse. La oficina estaba tranquila a esa hora; la mayoría de sus compañeras ya había salido a comer, el murmullo de teléfonos se había apagado y en el pasillo apenas quedaban pasos ocasionales. Era el momento perfecto para almorzar, pero ella no tenía ganas de moverse. Se llevó una mano al vientre y respiró hondo. Tenía hambre. Esa hambre pesada que le venía últimamente, que le debilitaba las piernas y la dejaba sin fuerzas si no comía a tiempo. Lo estaba sintiendo otra vez, un hueco insistente que no podía ignorar.Sobre la mesa estaba la tarjeta. La miraba como si fuera un objeto ajeno, la misma que había aceptado de Eric solo porque la necesitaba para obtener la información que le pidió. No la había usado aún. No se atrevía. Era un recordatorio incómodo de que él seguía presente en rincones de su vida donde no quería verlo. Pero tam