Eric llevaba casi una hora dentro del coche negro, estacionado frente a la inmobiliaria donde Amanda trabajaba.
Los vidrios tintados le permitían observar sin que nadie notara su presencia, pero aun así se agachaba un poco cada vez que pasaba alguien cerca.
No sabía qué demonios hacía ahí.
No sabía por qué seguía repitiendo ese ritual desde hacía semanas.
Decía que era para asegurarse de que estuviera bien, que era por los bebés, que tenía que estar pendiente de cualquier señal que indicara que estaba en peligro.
Mentiras.
La verdad estaba ahí, atravesándolo cada vez que la veía aparecer al otro lado del cristal.
Estaba celoso.
Celos reales, calientes, incómodos, de esos que se sienten en el estómago como un puñetazo. No era algo que quisiera aceptar, ni mucho menos entender. Pero cuando la vio entrar al centro, ajustándose la chaqueta y recogiendo el cabello mientras hablaba con alguien del personal, ya sintió una presión en el pecho. Y ahora, cuando la observaba desde el coche, habl