Capítulo 62. Café amargo
El silencio que dejó al irse fue raro. No incómodo, no triste… raro.Como si algo de ella se hubiera quedado flotando en el aire, suspendido entre el aroma a vino y las sábanas arrugadas.Me quedé acostado un rato más, mirando el techo, tratando de procesar la noche, la madrugada y ese beso de despedida que todavía sentía en la boca.Era temprano, demasiado para pensar con claridad, pero igual lo hice.Habíamos cruzado una línea. Y, curiosamente, no sentía culpa. Solo una mezcla peligrosa de calma y vértigo.Me levanté cuando el reloj marcó las seis. El departamento olía a ella, a su perfume, a su piel, a café inexistente.Me encontré con su taza olvidada en la mesa del living, vacía, con la marca de su labial en el borde.La levanté y sonreí.—Café del bueno —murmuré, repitiendo sus palabras.Encendí la máquina y preparé uno fuerte, sin azúcar.Sabía que si Ginevra hubiera estado ahí, lo habría corregido con un “eso no es café, es alquitrán”.Mientras el vapor se elevaba, abrí el cor
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