Valentina no había pegado un ojo.Las sombras de la madrugada seguían aferradas a los bordes de las cortinas, como si quisieran quedarse un rato más, igual que ella con su propia confusión.El departamento estaba silencioso, demasiado silencioso, salvo por el zumbido de la nevera y el tic-tac insistente del reloj que parecía burlarse de su estado.El teléfono sobre la mesita de noche brillaba como un pequeño faro, recordándole que no podía escapar de lo que la esperaba.El mensaje seguía allí, brillante, insistente, pegado a su memoria como una mano que no se quería soltar.“No te desaparezcas otra vez.”Valentina pasó horas dándole vueltas, girando la frase en su cabeza como un anzuelo que se hundía cada vez más profundo.Imaginó la voz de Alexander diciendo eso: baja, rasposa, cargada de una posesión que le resultaba irritantemente familiar y, a la vez, peligrosa. Vulnerabilidad mezclada con control; la combinación que siempre la desarmaba.Se incorporó del sillón donde había termin
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