Amargura.
La alarma sonó a las seis, pero Valentina llevaba despierta desde mucho antes. Había pasado la noche dando vueltas entre las sábanas, sintiendo cada minuto estirarse como un hilo tenso a punto de romperse.
El encuentro en la oficina con Alexander, su cercanía, su voz baja y enredada de emociones y luego, la aparición repentina de Lucca en el pasillo.
Todo eso mezclado había hecho imposible cerrar los ojos sin que el corazón le diera un vuelco.
Se levantó sin energía, pero forzándose a moverse. Cuanto más pensara, peor sería. Cuanto antes saliera de su departamento, antes podría convencer a su cabeza de que nada iba a repetirse. De que podía seguir con su vida.
La ducha no ayudó. El café tampoco.
Toda la mañana se sintió como si caminara dentro de un sueño borroso, siempre con esa presión mínima clavada en el pecho, como si alguien hubiese apoyado una mano invisible sobre ella.
Se maquilló más de lo normal para disimular las ojeras, recogió el cabello y revisó su bolso tres veces antes