La confesión de Elías quedó suspendida en el aire, pesada y frágil como cristal. Valeria no respondió, solo permitió que otra lágrima siguiera el camino de la primera, su cuerpo aún tembloroso por el colapso. Fue Mauricio quien, con una calma que parecía tallada en hielo, se acercó a la cama. Se sentó junto a Valeria y la envolvió en un abrazo protector, un gesto que era a la vez consuelo y barrera frente a Elías.—Val —murmuró, su voz un bálsamo en la tormenta—, ¿y si descansas un rato? Cierra los ojos. Luego, él nos cuenta todo. Con calma. Y después… tú decidirás qué hacer. Te lo prometo.Valeria, agotada hasta la médula, se acurrucó contra su pecho, buscando la solidez familiar en medio del caos. Al ajustar su posición, su mirada se cruzó por una fracción de segundo con la de Elías. Lo que vio le dio un vuelco al corazón, ya de por sí maltrecho. No era la mirada del vengativo o del mentiroso, sino la de un hombre con el alma al descubierto, destrozado por un dolor tan genuino que r
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