Habían pasado ya dos meses desde el accidente de Lorenzo. Dos meses desde aquella noche que jamás logré borrar de mi mente. A veces, cuando cierro los ojos, todavía puedo ver su mano ensangrentada, su reloj roto y mi propio grito atravesando el silencio de la madrugada.Ahora todo parecía más tranquilo. Lorenzo estaba recuperándose poco a poco, caminaba con algo de torpeza, pero con la misma arrogancia elegante de siempre. Yo, por mi parte, ya casi llegaba a los seis meses de embarazo; mi vientre comenzaba a notarse más, y aunque lo disimulaba con las batas del hospital, cada día me resultaba más difícil ocultarlo.Habíamos regresado a casa hace un par de semanas. El frío había disminuido, y la rutina hospitalaria me devolvía un poco la estabilidad que tanto necesitaba. Aunque, para ser sincera, no era estabilidad lo que sentía, sino una extraña mezcla de cansancio, miedo y una sospecha constante de que algo grande estaba a punto de pasar.Manuel, desde que se marchó del hospital, no
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