Me quedé dormida en el sillón. Era cómodo, calientito, y no supe en qué momento había cedido al sueño. Cuando abrí los ojos, una manta cubría mi cuerpo. Por un instante pensé que había sido una de las empleadas, pero sabía que no. Ese gesto solo podía venir de Lorenzo. Suspiré, cerrando los ojos de nuevo, decidiendo seguir durmiendo un poco más. El ambiente estaba frío, justo como me gustaba, y el sonido del viento golpeando las ventanas me arrullaba otra vez.
No sé cuánto tiempo pasó, pero el sonido insistente de mi teléfono me arrancó del sueño. Lo busqué entre los cojines del sofá, con los ojos entrecerrados, hasta que vi el nombre en la pantalla. Mi mamá.
El corazón me dio un vuelco. Por un segundo me había olvidado de ella, de su insistencia, de sus preguntas, de su forma tan aguda de notar cuando le mentía. Tragué saliva. Tenía que contestar. No podía evitarlo, y tampoco podía decirle la verdad. No podía contarle que mi “matrimonio” con Lorenzo era una farsa. Que todo era un con