El ascensor se abrió con un suave timbre de fondo, y el aire del vestíbulo la golpeó como una marea de realidad. Rous avanzó con pasos medidos, tambaleantes aún, intentando conservar la compostura que siempre había sido su escudo. Su vestido arrugado, el perfume mezclado con sudor y el eco de lo ocurrido en la suite aún la perseguían como una sombra indecorosa.Entonces lo vio. A unos metros, de pie junto al gran ventanal del lobby, se encontraba Caleb. Traje oscuro, mirada impenetrable, y a su alrededor tres mujeres hermosas, de esas que él solía usar como distracción, como arma, como castigo. Reían, coqueteaban, y una de ellas deslizó una mano sobre su bragueta con descaro.Rous sintió cómo el corazón se le comprimía. Él levantó apenas la vista, la miró con un gesto tan sereno que resultaba aterrador. —No me esperes en casa —dijo Caleb con una voz firme, cortante, casi indiferente—. Llegaré tarde.Pasó junto a ella sin detenerse, dejando tras de sí una estela de perfume caro y despr
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