Gabriela seguía en brazos de Adrián. No sabía si temblaba por el recuerdo o por la sensación de tenerlo tan cerca. Sus respiraciones se mezclaban, rápidas, cortas, y por un instante el silencio los rodeó como una burbuja.Él le apartó un mechón del rostro con suavidad. Sus dedos temblaban apenas, pero su mirada era firme.—No estás sola —dijo de nuevo, casi en un susurro.Gabriela lo miró a los ojos, y en esos segundos algo se quebró dentro de ella. La armadura que había construido durante meses se resquebrajó. Sin pensarlo, se inclinó hacia él. El beso llegó sin permiso, impulsivo, inevitable. Fue primero una descarga, luego una búsqueda.Adrián la sostuvo con cuidado, temeroso de que ella se apartara, pero no lo hizo. Al contrario, lo atrajo más. Era una mezcla de necesidad y alivio, una forma de apagar el fuego que ambos habían contenido demasiado tiempo. Ninguno habló; las palabras no tenían sentido. Solo los latidos, los suspiros y la urgencia de sentirse vivos, la acercó más, su
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