Las noticias comenzaron temprano. En la pantalla, los titulares corrían con letras rojas:

“Hallan cuerpo sin identificar en una playa al norte del estado.”

La nota mostraba imágenes de patrullas, paramédicos y una sábana blanca sobre la arena húmeda. El periodista hablaba de un hombre de unos cuarenta años, sin documentos, con signos de violencia. Nadie sabía quién era. Nadie lo reclamó.

Gabriela observó el informe en silencio desde la mesa del penthouse. La taza de café se enfriaba entre sus dedos. Había aprendido a no reaccionar ante todo lo que veía. La violencia en su entorno ya no la sorprendía. Pero, por un instante, sintió un presentimiento seco, una punzada de intuición que decidió ignorar.

El sonido del teléfono la sacó del trance. Era Flor.

—Llegó la notificación del tribunal —dijo—. Fernando presentó una contrademanda.

Gabriela se enderezó en la silla.

—¿Por qué motivo?

—Reclama la mitad de tus acciones, compensación económica y manutención conyugal. Dice que lo dejaste sin