El sonido de unos pasos suaves resonó en el corredor. Un compás firme, reconocible. Me giré hacia la puerta entreabierta y lo vi allí: Nora, erguido, con esa calma suya que siempre parecía sostenerlo incluso cuando el mundo se desmoronaba. —Aquí estás —dijo con voz serena, pero su tono tenía un matiz más grave que de costumbre—. Te estaba buscando. Ven. Hay algo que quiero darte. Intercambié una última mirada con Rose. Ella no dijo nada, pero su gesto lo dijo todo: comprensión, preocupación, y esa silenciosa aceptación que solo tienen los que ya intuyen lo que está por venir. Me puse de pie y seguí a Nora por el pasillo, mientras las antorchas crepitaban débilmente a nuestro paso. Sabía exactamente a dónde íbamos. Y sabía, con certeza, lo que me mostraría. La habitación de Nora estaba tan impecable como siempre, aunque esta vez parecía más sombría. La luz apenas iluminaba el escritorio, donde r
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