El corazón me latía tan fuerte que, por un instante, temí que se desgarrara en el intento de escapar de mi pecho y me dejara vacía, allí mismo, a merced de lo que me esperaba al otro lado de esa puerta. Cada paso que daba resonaba en el suelo de mármol, marcando un ritmo fúnebre que me recordaba que no había retorno. Era como caminar hacia mi propia sentencia. Cuando las puertas se abrieron, un aire pesado, cargado de incienso y vino derramado, me envolvió de golpe. La luz de los candelabros parpadeaba sobre las paredes cubiertas de terciopelo rojo y dorado, creando reflejos dorados que se movían como llamas vivas. El miedo se apoderó de mí. No un miedo común, de esos que se pueden dominar con respiración o coraje, sino uno más profundo, primitivo, que te atenaza los huesos y te hace sentir pequeña, insignificante, vulnerable. Estaba asustada. Terriblemente asustada. Todo en mi interior me
Ler mais