El amanecer trajo consigo una calma extraña. Me desperté con una sonrisa: el sueño de la noche anterior había sido tan hermoso como perturbador.
Un león con alas de fuego descendía del cielo y me hablaba con una voz que no era sonido, sino certeza. Me di un baño apresurado y bajé las escaleras buscando a Rose. —Soñé con él —dije, aún acelerada—. Un león enorme, con alas en llamas y ojos como brasas. Me habló… Lo sentí real. Rose sonrió con esa ternura que se le posa en el rostro cuando algo la conmueve de verdad. —Ese es tu despertar, pequeña. El leon que viste es tu guardian en su forma espiritual, tambien tal parece que la visión de los sueños está emergiendo en ti. La alegría en su voz chocó contra mis dudas, como olas contra roca. —No te voy a mentir, Rose: me cuesta creer todo esto. Mírame, soy solo una humana. ¿Cómo podría…? —Eres humana —asintió con paciencia—, pero no una cualquiera. Tu sangre es antigua. Y responde cuando la llaman. A mis pies, Kael levantó la cabeza y me miro y la volvio a bajar estaba a mis pies. Lo tome y lo acaricié; su calor me ancló al suelo, como si el mundo completo respirara en ese cuerpo pequeño. —Desayunamos y empezamos —anunció Rose con voz firme—. No podemos perder tiempo. Tú y Kael deben fortalecerse. Al terminar el desayuno fuimos a la sala, estaba en penumbra cuando Rose corrió todas las cortinas. Me indicó con un gesto que me sentara en el centro, sobre la alfombra. Su presencia volvía el silencio cómodo. —Hoy no vamos a levantar espadas ni a correr por la casa —dijo—. Hoy aprenderás lo que sostiene a toda magia: conocimiento y el conocmiento es poder Alzó las manos. Entre nosotras brotó una brasa de luz, pequeña al principio, que se elevó hasta el techo y lo llenó de estrellas. Rose tomó una de ellas con gesto ritual; en sus palmas, la estrella se plegó sobre sí misma y se transformó en un libro. La portada brilló con letras plateadas: Origen de los Elfos. Miraba todo lo que ella hacia maravillada, ¿como pudo hacer eso? Ella comenzo a leer del libro —Los elfos fuimos creados de la primera chispa que se filtró al mundo tras la creación —recitó—. Los dioses nos moldearon con viento y savia de árbol. Somos longevos y, algunos, portadores de dones. Pasó páginas que eran, también, constelaciones. —Existen cuatro clanes. Escucha y recuerda: Luminari, los de la luz: orgullosos, hermosos, altivos. Su magia rara vez se comparte y su visión de los humanos es… condescendiente. Drael, los oscuros: exiliados hace siglos por traición. Se alimentan de rituales prohibidos; son pacientes, calculadores. Sylvary, los del bosque: nómadas y salvajes, guardianes de bestias y raíces. Dialogan con los animales y algunos adoptan su forma. Nadie iguala su arco. Selvari, los de la luna —sonrió leve—: mi clan. Nuestra magia crece con los ciclos; en luna llena somos imbatibles. Custodiamos profecías. Sostenemos la memoria. El libro chasqueó, se cerró como una flor al atardecer y, en un destello, regresó a su estado de estrella. Todas las luces se retiraron al techo, donde latieron un instante antes de apagarse. —Luminari, Drael, Sylvary y Selvari —susurré, queriendo grabarlo en hueso—. Es… asombroso. —Y lo será más contigo —dijo—. Siento en ti la semilla de varios dones. Empecemos por el más dócil. Me tomó las manos. —Cierra los ojos. Abre las palmas hacia arriba. Pide luz. —Rose, sigo siendo humana. Eso es… —Pide luz, Rubi. No importa que seas humana el unico limite que existe es tu mente, quita las dudas cree en ti. Obedecí. Inspiro. Exhalo. -La duda es un pájaro al que se le abre la jaula. No lo detengas. Pide. Luz de las estrellas. Me susurra Rose Algo caliente hormigueó en la punta de mis dedos. Abrí los ojos: un resplandor tenue nacía en mis manos, trémulo, como la primera llama de una vela. Duró apenas un latido. Bastó. —Lo hice —musité, riéndome sola—. Lo hice. Miro a Kael que esta moviendo su pequeña cola y ladrando emocionado. —Lo hiciste —repitió Rose, orgullosa—. Y volverás a hacerlo. Abrió las cortinas. El día, amable, entró a la sala como un animal curioso. Me quedé mirando mis manos mucho después de que la luz se hubiera ido. En shock porlo que pude hacer. —Ahora, cuerpo —dijo, y la ternura se volvió disciplina—. Te enseñaré a pelear. El entrenamiento fue una tormenta. Rose se movía como el agua: sin esfuerzo, adaptándose, siempre un paso por delante de mí. Me enseñó a caer sin romperme, a rodar, a medir la distancia, a usar el peso de mi oponente. Las manos me ardían, los músculos me temblaban; cada vez que caía, su voz me devolvía al mundo. —Arriba. La fuerza nace del eje. Respira con el golpe. Tras cuatro horas, me dolía hasta el aliento. Subí las escaleras arrastrando los pies. Kael me esperaba tendido junto a la cama. Al mirarlo mejor, noté lo imposible: había crecido. Ayer cabía entero en mis brazos; hoy parecía un cachorro de seis meses. Sonrió —sí, sonrió— moviendo apenas la cola. —Así que creces conmigo —le dije, y él ladeó la cabeza como si entendiera. Dormí como quien cae en un pozo de agua fría. Soñé con calles y sombras; hombres sin rostro emergían de cada esquina, y cuando ya casi me alcanzaban, el cielo se partía: un león alado descendía envuelto en fuego. Ignarion rugía y las sombras se disolvían como humo sobre el mar. Me desperté con el corazón acelerado. Kael me miraba desde la alfombra; su pecho subía y bajaba con calma. Nuestro vínculo, pensé, es un puente. Al día siguiente, la teoría se rindió al metal. Rose colocó sobre la mesa cuchillos y dagas, todas distintas, todas antiguas. —No es lo mismo empuñarlas que comprenderlas —dijo—. Te enseñaré a leer el peso, el filo, la intención. Pasamos horas practicando. La daga corta para la muñeca, la hoja curva para el tendón, la hoja larga para la distancia. Aprendí a escuchar con la piel, a girar sin perder el equilibrio, a no mirar el arma sino al cuerpo que la sostiene. Cuando mis hombros ardían, cambiamos la hoja por la respiración. Cuando mis pulmones pidieron tregua, volvimos a la luz. Es increible como en tan solo dos dias mi vida a cambiado tanto. Me siento como una espoja todo este conocmiento lo he absorbido completo como si fuera esencial para mi. No sabia que en tan solo dos dias supiera yo tanto es increible. Esa noche, en el patio cercado, probé sola. Palmas arriba. Silencio. Luz de las estrellas. Rose me enseño que la Luz de las estrellas es el conocmiento de los Selvary accedo al arcenal de conocmiento y informacion de todos los reinos. El brillo brotó más firme, como si por fin recordara el camino. Alzando la mirada, hice lo que Rose me había mostrado: “toma una”. No con los dedos: con el deseo. Una estrella tembló y descendió apenas; no llegó a mis manos, pero la vi inclinarse, como si me reconociera. —Bien —dijo Rose detrás de mí, orgullosa—. Ya no peleas con la duda. La atraviesas. Asentí, aunque en el alma un nudo oscuro se cerraba con otro nombre: Drael. Cuando buscaba el rastro de ese clan en mis “estrellas”, todo se volvía borroso, como si una sombra lamiera los bordes de las páginas. ¿Por qué no había más información? ¿Qué ocultaba la oscuridad? Cierro las manos y suspiro me he dado la tarea de estudiar sobre los elfos a profundidad y los Drael hay algo en ellos que me da curiosidad como si fuera importante aprender ellos. Creo que ya es suficiente por hoy me pongo de pies—Mañana —prometí a los árboles—. Mañana preguntaré más. La pesadilla me sorprendió con el cuerpo rendido. Un hombre alto, cubierto por un halo de sombra, avanzó hacia mí. No vi su rostro; vi sus ojos, o el hueco donde deberían estar. La voz me entró como cuchillo en agua: —Ya sé que existes, Rubi. Te encontraré. Serás mía. Su mano invisible apretó mi cuello. Intenté respirar; apenas un hilo de aire se quejó en mi garganta. Quise gritar pero no pude. Entonces rugió el cielo, y el agarre cedió. Me incorporé en la cama con un grito. La puerta se abrió de golpe. Rose, sin aliento, encendió la lámpara. —¿Qué pasó? Le conté. Mi voz temblaba, pero la historia salió entera. A medida que hablaba, el rostro de Rose perdía color. —Ese hombre… —susurró como si temiera que la noche escuchara—. Es el líder de los Notrix. Criaturas que han cazado a las Sangre Bendita durante siglos. Se acercó, me tomó por los hombros con la fuerza justa para sostenerme. —Escúchame bien, Rubi. No hay autopistas de regreso a una vida normal. Esto ya empezó. Por eso necesitas madurar rápido, entrenar más, aprender a proteger tu mente, a ocultar tu energía. No pueden tenerte. —¿Quién soy, entonces? —pregunté, y me sorprendió lo calma que sonó mi voz. Rose sostuvo mi mirada. La suya era la de alguien que sabe y, aun sabiendo, eligió la esperanza. —Eres una Sangre Real. Y tu destino no es huir. Kael, desde el umbral, soltó un ladrido bajo. Un brillo dorado lo recorrió como una mica. Por un instante —apenas uno— la sombra de unas alas ardientes rozó el techo de mi cuarto y desapareció. Sentí, más que escuché, la promesa en mi pecho. No estoy sola.