Eros frunció el ceño, mientras observaba cómo los labios de Elena se fruncían hacia adelante. A la espera de un beso, que, sin lugar a dudas, no iba a suceder.—Elena, apártate —la movió de una forma que pensó que era sutil, pero que en realidad, para ella no se sintió así.La mujer avergonzada al ser apartada con un empujón, no sabía hacia dónde mirar, mientras se disculpaba apresuradamente.—Lo siento, Eros. No sé qué sucedió. Yo no… —balbuceó, incapaz de controlarse.—Estoy casado. Se supone que lo sabes, ¿no?—Sí, claro —admitió con sus mejillas ardiendo—. Estoy al tanto. Lo lamento —bajó la mirada con aparente arrepentimiento. Pero la verdad era que de lo único que se arrepentía, era de que aquel beso no se hubiera dado.—Gracias por curar mi herida. Ahora me voy —se dirigió a la puerta.Elena quiso decirle algo más, retenerlo de alguna forma, pero no quería forzar las cosas, no más de lo que ya lo había hecho ese día.—No hay nada que agradecer —contestó en voz baja, con timidez
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