El motor del auto rugía suave mientras se alejaban del hotel. Afuera, la ciudad seguía su fiesta de luces; adentro, el silencio era un campo de batalla.Ivana respiraba con dificultad, recostada contra el asiento, la piel aún helada y los labios resecos. El mareo la hacía cerrar los ojos a ratos, y cada vez que lo hacía revivía la caída de la copa y las miradas horrorizadas. Podía escuchar todavía los murmullos, los flashes de las cámaras, el cuchicheo venenoso de la gente que había celebrado su desgracia.Dante la tenía sujeta con una firmeza casi dolorosa. Una de sus manos en la espalda baja, la otra entrelazada con la suya. Su mandíbula se movía con un tic de furia a punto de estallar, y sus ojos, clavados en ella, parecían capaces de incendiar el mundo.—Habla conmigo —pidió él, su voz grave, tensa—. ¿Qué sientes exactamente?—Un ardor en la garganta —respondió, cerrando los ojos—. Y … todo dándome vueltas. Dante contuvo la respiración, sus dedos apretando más los de ella.—La co
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